viernes, 2 de noviembre de 2012

De cómo mi amor por las artes fue un aprendizaje inculcado


Interrtumpo la actividad de este blog por un mensaje y motivo especial...

Ayer, sin poder dormir en pleno insomnio me puse a pensar de dónde venía mi gusto por las artes. Pronto recordé que el origen o mi primer acercamiento genuino tuvo lugar en una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chagall adaptada para chicos, con guía y todo. Carburando recordé una serie de cosas: dibujar en el colegio y que ni los docentes ni mis compañeros creyeran que lo había hecho yo (pensando que calcaba y no que era una buena observadora detallista y obsesiva), mi llanto y el de mi hermano largo y tendido al ver Cinema Paradiso a una muy corta edad (ese film le valió a él por casi toda una vida el apodo de 'Toto'), a los 6 años ir a piano (aunque el intento salió fallido doblemente por las profesoras que tuve), a los 10 años asistir a un taller de cerámica, pintura y fotografía los Viernes (en donde también me juntaba con otra gente y hablábamos del colegio y la música (en ese momento del pop masivo, con Spice Girls, boybands y Hanson a la cabeza, pero al mismo tiempo escuchar en casa a Annie Lennox o a Kravitz).
Ahí no íbamos a hacer ceniceros comunes con bolitas pegadas como los que se hacían en el colegio (sin desmerecerlo), nos daban más técnica y nos incentivaban a que hiciéramos cosas más complejas. 

Recuerdo también a mi viejo poniendo discos en CD (ya no en vinilo) a todo volúmen y verlo gesticulando como si cantara o tocara la batería y yo y mi hermano tapándonos los oídos de lo fuerte que estaba pero al mismo tiempo conociendo canciones que marcaron nuestras vidas. Sonaba mucho Queen, The Cure, los Stones, Elton John, The Police, Miles, Simply Red.

En mi primer viaje sola a Entre Ríos con el colegio (también a los 10) me regalaron (o tomé más que prestado) un walkman al que lo llené de stickers y en el que escuchaba de todo, especialmente canciones grabadas de la radio con el minicomponente más berreta de todos, tratando de engancharlas enteras y no pisar la molesta voz de los locutores.

Por suerte algunas amigas de la primaria tenían hermanas mayores y eso hacía que conociera 'nuevos grupos' que ya existían pero que para mí eran un hallazgo (Blur, Oasis, Suede, Elastica, Roxette).

Tiempo más tarde ya para los 12/13 años, era la encargada de musicalizar asaltos (traducción: fiestas pre-adolescentes que sevían para romper el hilo con el sexo opuesto y bailar 'lentos'). Como no me gustaba bailar y me daba pudor tener que hacerlo con algún chico (sumado a que mucho no me sacaban entre las filas por ser 'la jirafa' o 'tener pelo cortito tipo varón') me ponía a manejar la música para que todos se divirtieran cuando me permitían tomar las riendas del equipo (hacía enganches, pero era más molesta que Johnny Allon, vivía 'cambiando la música'). Llevaba una caja de zapatos forrada con cientos de stickers y figuritas de músicos donde adentro estaban mis mayores tesoros: los álbums.

Falta agregar a todo esto que cerca de casa tenía un lugar de revistas rebajadas de precio y que ahí compraba Madhouse, Rolling Stone y algunos pocos números de Inrockuptibles, que entretenían gran parte de mi tiempo y me iban informando paralelamente.

Recuerdo también la hora de la comida, en que mis viejos  casi nunca pero NUNCA querían que viéramos televisión. Comíamos en un desayunador mirándonos las caras, charlando sobre nuestro día y debatiendo cosas.

 Me prohibieron casi explícitamente ver a Tinelli porque se reía socarronamente de los demás (lo mejor que podrían haber hecho) y en su lugar optaban por elegir un tema de conversación y desarrollarlo en la mesa.Aún hoy sigue siendo así por partes separadas, aunque estén divorciados. Cuando nos vemos hacemos sobremesa de 1  o 2 horas charlando del mundo, de política, de datos musicales, de arquitectura o simplemente chimentos gossiperos

Pronto entré en el Nacional de San Isidro y ya fue más común el acercamiento al arte: según recuerdos de algunas personas fui una de las pioneras en expandir la piratería por las aulas (tenía una copiadora de CDs, Napster e Imesh, un tío genio en computación que me acercaba a las tendencias tecnológicas y la necesidad de hacerle llegar a algunos pocos los sonidos que me parecían de buena calidad, grabando compilados).

Nos íbamos pasando discos, o K7s (todavía de moda en aquel entonces), recuerdo a mis 13 años escuchar mucho rock alterno local: Loquero, Ubika, Fun People, El Otro Yo, Juana La Loca, Turf, Suarez, Sugar Tampaxxx. 

Así empezaron los primeros recitales. Lugares y/o puntos de encuentro con gente más grande. Ya a esa edad si fichábamos a alguien no era a nuestros compañeros, sino a chicos tres o cuatro años más grandes. Veía los nombres de bandas a las que no conocía escritos en sus mochilas con liquid paper  y, casi como un deber, mi curiosidad me llevaba directamente a bajar su música en casa, en un intento de averiguar más de esas personas, acercándome al sexo opuesto a través de la música. 

Ahí también (insisto y me pongo pesada con mi fanatismo) surge la importancia de las letras de PULP, Lennon o Bob Dylan sin ir mas lejos, que retratan todas esas cuestiones adolescente-adulto por las que uno transita (baja autoestima, altas expectativas con respecto a encontrar al ideal amoroso,angustias existenciales, demonios internos que combatir, sentirse inadecuado o fuera de lugar con respecto al grupo de pares, sentir que sos más grande y estas atrapada en el cuerpo de alguien más chica, sentir que el mundo puede ser un lugar mejor si todos ponemos esfuerzo para cambiarlo) y demás. De no ser por encontrar en la música ese refugio creo que me hubiera costado mucho crecer, incluso en el día de hoy. Es un espacio de contención, de terapia, un lugar al que ir en cualquier estado en que te encuentres (triste, alegre, explosivo, pasado de rosca).

Volviendo a la secundaria, el colegio organizaba de vez en cuando festivales de bandas los sábados a la tarde con sol (¿¿podía haber algo menos rockero??) y algunos locos que preferíamos no quedarnos en casa íbamos a sentarnos al piso a escuchar intentos de bandas muy DIY que recién se estaban iniciando  con demos, funzines, calcos y parches.

Como electiva ya teníamos que centrarnos en un aspecto: o música o plástica. Y, dado que en mis genes siempre tira más el arte pictórico, me fui para ese lado. Pero la música siempre estuvo, como una manifestación subcutánea.

Ayer, después de mucho tiempo, volví a ir a un recital con mi viejo y mi hermano, a ver a Robert Plant. Sentí que ese vinculo pese a haber variado en el tiempo, jamás se perdió y, una vez más tres generaciones estábamos disfrutando de algo en común que nos unió desde siempre. Pensar estas cosas realmente me emociona. Y, en un momento en que está tan pasado de moda por muchos decirle a sus padres cuanto los quieren, yo quiero hacerlo con los míos.
Me educaron más que bien, con grandes placeres que me enseñaron a disfrutar, con ganas de investigar y con mucha información desde chica. Aunque nunca lean esto porque no llegaron al punto de hacerse un Facebook o a vincularse demasiado con el mundo cibernético, va mi saludo y respeto hacia ellos.

María*



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