viernes, 16 de octubre de 2015

Blur en Tecnópolis: Profecías sin fecha de vencimiento



El reloj clava las 21 h y Blur -mostrando que la british punctuation se lleva en los genes-  sale a enfrentar al público argento por tercera vez  a menos de dos años de su última presentación. Las similitudes son asombrosas: la banda vuelve a tocar en un lugar no muy convencional (en 2013 la sede es Parque de la Ciudad, el añejo parque de diversiones fosilizado en el tiempo y ahora Tecnópolis, el predio de ciencia Nac&Pop). La escenografía  vuelve a ser austera (tres bolas de espejos recubiertas con deco asiática que siguen la línea estética de su nuevo disco), nada que merezca la atención más que la acción en vivo, salvo por una sección reducida de vientos, un tecladista (Michael Smith) y tres coristas, que aportan matices y más cuerpo a los temas.

La diferencia mayúscula esta vez es The Magic Whip, su disco al que sin mucho espamento editaron en mayo, luego de doce años de silencio. La ceremonia arranca con ‘Go Out’, un track extraído de ahí bastante monocorde e individualista interrumpido por guitarras corrosivas y acoples. No hay otra manera de imponer contraste ante esos sonidos mecánicos desoladores que evocar a las épocas madchesterianas de Leisure  y el pie festivo lo da ‘There’s No Other Way’ seguido de otros highlights poperos de su nuevo disco como ‘Lonesome Street’ y la endulzante ‘Ghost Ship’. En la lista de temas el pasado y presente conviven en términos amigables a tal punto que, aunque Graham Coxon no haya formado parte de la grabación de Think Tank (2003) por haberse distanciado en aquellos días, hoy puedan repasar e incluir en el repertorio canciones como ‘Out of Time’ o ‘Caravan’ resignificadas bajo el  filtro del guitarrista. La cocina de su octava placa fue Hong Kong, base operativa tras quedar varados por la cancelación de un festival en el que estaban anunciados hace unos años. Estar a millas de Londres aislados entre especias asiáticas, luces de neón y un paraíso tecnológico gobernado por el caos y la (des)conexión, sirvió para que en pocos días el cuarteto brit reavivara la química y en una dinámica express  boceteara un disco irregular, que responde a su pasado más clásico (la elección del productor Stephen Street no fue casual) pero también a un futuro distópico y sci-fi con más incertidumbres que certezas, en el que todo parece ir cuesta abajo. Un concepto similar al que manejan en vivo: la mezcla entre el ejercicio nostálgico adolescente nihilista y la madurez musical evolutiva, reflejada en problemáticas actuales como la alienación social, la superposición informativa, la sobre exposición cibernética y la inercia en que parece marchar la humanidad.  

Hay pasajes pegadizos como ‘Coffee & TV,’ al que extienden haciendo partícipe al público con un ‘we could start over again’ eterno, y coreada masiva  góspel con ‘Tender’, hits de cosecha ’99. Pero sin dudas el clima se pone mucho más interesante cuando escapan al manual de grandes éxitos y se dejan llevar por el instinto experimental. La enlentecida ‘Beetlebum’ da el primer paso en esa transición con un final noisy que deja en claro por qué el geek de Coxon es una pata fundamental. ‘Thought I Was A Spaceman’ sigue el viaje, con Albarn zambullido entre el público jugando a ser un astronauta que mira todo desde arriba, desencantado con lo que encontró al poner un pie sobre la tierra, iluminado por luces estrelladas que acompañan ese acto espacial. El clímax atmosférico culmina con la voladura de ‘Trim Trabb’, que explota en una bola de distorsión difusa.

Otra vez, en un chasquido de dedos  el aire vuelve a ser  festivo y juguetón, evocando la golden era del brit pop. Varios fans suben a escena,  corretean, cantan, saltan y apuntan sus smartphones para disparar selfies con los músicos durante ‘Parklife’.  ‘Ong Ong’ libera al inner kid que la banda aún conserva y ‘Song 2’ (o la woo-hoo song), detona como un explosivo en menos de 2’’. El final viene varios cambios más abajo con la balada afrancesada ‘To The End’, que colapsa corazones (más cuando Damon baja al vallado para croonear y entrar en contacto con el público) secundada por ‘This Is A Low’, canciones hermanas salidas del mismo seno.

Pero la definición la terminan de dar los bises: todos himnos que, de algún modo, hacen referencia a la quintaesencia inglesa de los 90: ‘Stereotypes’, el  libertinaje sexual con pulso discotequero de ‘Girls & Boys’,  el futuro (no tan) esperanzador montado en la juventud moderna londinense en ‘For Tomorrow’ y ‘The Universal’ esa epopeya futurista de control y manipulación por la que George Orwell o Ray Bradbury le guiñarían un ojo a Albarn por su don de letrista.

El tiempo pasó y Blur creció, ofreciendo otra postal de los tiempos que corren. El foco ya no está puesto sobre los costumbrismos y personajes del neighbourhood inglés. Quizás los viajes del grupo a África o Asia los hicieron ver todo a escala global y profunda, ahora narran cuestiones que le suceden a la humanidad entera.  Por el momento siguen habiendo motivos por los que seguir cantando y sacando belleza  del curso desolado e inanimado en que parece ir el mundo. Antes y ahora, siempre con ironía y el sarcástico humor inglés, la frase cobra sentido, modern life is (still) rubbish.

Txt: María Gudón

Ph: Cortesía de Nancy Martínez para High Noise Music