viernes, 21 de febrero de 2014

Autoluminescent: la vida de Rowland S.Howard, uno de los secretos mejor guardados del rock australiano




¿Cuál podría llegar a ser el equivalente musical de la prosa oscura de Edgar Allan Poe o Lord Byron, del
existencialismo nietzscheano o del cine expresionista alemán de Lang y su heredero Herzog? Difícil es encontrarlo, pero en la figura de Rowland S. Howard converge un poco de cada uno de estos referentes.

El músico absorbió en sus jóvenes años dramáticas influencias que naturalmente se plasmaron a lo largo de su carrera en canciones de heridas abiertas provocadas por profundas espinas  que jamás pudo desenterrar.

Ese fue su sello: poesía romántica y gótica, una escalofriante voz melancólica que penetra bajo la piel y los huesos y una forma única y personal de tocar la guitarra, que alojó su particular estilo en el no-virtuosismo.

Lamentablemente su legado es reverenciado por unos pocos y desconocido por unos cuantos más, aún en tiempos donde todo se expande cibernéticamente. Quizás por ese motivo y con el fin de rendirle un merecido tributo salió en el 2011 el documental Autoluminescent, co-dirigido por Richard Lowenstein y Lynn-Maree Milburn.

El  film preserva con mucho cuidado las frágiles memorias del cantante y guitarrista, recordado por su hermético círculo de íntimos y admiradores (Nick Cave, Lydia Lunch, Mick Harvey, Genevieve McGuckin, Henry Rollins, Thurston Moore, Nick Zinner, Bobby Gillespie, Kevin Shields, Douglas Hart).

Todos coinciden en que era un ser con una extraña vibra enigmática guardado al silencio de las emociones, un romántico empedernido de personalidad enamoradiza, un sensible introspectivo que tenía mejores migas con la compañía femenina que masculina.

Howard  arrancó como un pretencioso adolescente de la Blank Generation en la escena post-punk australiana, tocando en Young Charlatans  para luego unirse en el ‘78 a la formación de The Boys Next Door junto al excéntrico Cave y el baterista Harvey. Ante el consejo de muchos, la banda emigró hacia Londres para ‘estar en la cresta de la ola’, desde donde pasó a llamarse The Birthday Party.

Contrariamente a lo esperado, no hubo demasiada aceptación de su música ni en la capital inglesa ni en Nueva York porque la tendencia apuntaba hacia el synth pop y se consideraba a la propuesta  demasiado violenta, visceral, profana y aterradora.  Entonces se trasladaron al oeste de Berlín, en donde finalmente dieron en el blanco, con un público con el que congeniaron bien al que el cineasta Wim Wenders describió como ‘personajes marginales vampirezcos salidos de la mezcla entre Nosferatu y El Cabinete Del Dr. Caligari’.

Las tensiones se empiezan a acentuar y las búsquedas sonoras y líricas entre Nick y Rowland se bifurcan, dando por resultado la separación del grupo en 1983 y el surgimiento de dos proyectos a partir del desmembramiento: The Bad Seeds (con Blixa Bargeld de Einstürzende Neubauten) y  la reformación  de Crime and the City Solution, que icorpora a Rowland y a Mick Havey a sus filas (se puede ver un bello retrato de ambas bandas en la película The Wings of Desire (1987)).

La carrera de Howard continúa con otros grupos como These Immortal Souls,  repetidas colaboraciones con Nikki Sudden (de Swell Maps) y la reina del no wave neoyorquino Lydia Lunch (en Honeymoon in Red (1987) y Shotgun Wedding (1991)). Pero es en su breve etapa solista donde se pueden resumir  los aportes  que trajo a la música, con dos recomendables obras: el punto más elevado y maduro TeenageSnuff  Film (1999) y Pop Crimes (2009).

La película se vale de imágenes de archivo monocromáticas, entrevistas y lecturas que J.P. Shilo hace del manuscrito inédito Etceteracide de Howard para construir un retrato oscuro de belleza elegante y triste que, entre niebla, cigarrillos y anécdotas, ensambla fielmente con la vida del músico. Se narran desde sus días de experimentación musical, pasando por su período de  adicción a la heroína y el fuerte vínculo con sus ex parejas hasta llegar al momento de su partida, a los 50 años a causa de un cáncer de hígado.

Se realzan sus virtudes musicales pero también se  proyecta  el costado más humano y vulnerable, sin caer en innecesarios golpes bajos o sensacionalismo a diferencia de otros documentales.  

Su estilo a la hora de tocar fue distintivo y clave, utilizando acoples propios del noise, reverberación sónica, plug-ins y distorsiones filosas que parecen violar o hacer entrar en  tensión a su sometido instrumento Fender Jaguar. La voz acompaña esos arreglos  vestida en una gama fría  y grave, siguiendo la huella de viejos maestros como Lee Hazlewood e Iggy Pop. Sin su legado sería inconcebible la idea de bandas posteriores como Savages, The Jesus & Mary Chain, Pulp, The Horrors o hasta la incursión de David Lynch en el mundo musical.

Autoluminescent  es una construcción claroscura, emotiva y respetuosa hacia su persona. La imagen congelada del final  habla  por sí misma: detrás de la triste y lúgubre mirada de príncipe dark  de RSH hay un pequeño brillo, un destello interior de luminosidad y color que unos pocos conocen o vieron y que queda inmortalizado hasta sus últimos días con este brillante film.