Como Moisés al dividir las aguas, la pasarela que surca las vallas a
ambos lados del mangrullo de Vélez Sarsfield es la brecha generacional que
separa la fecha de Green Day en dos públicos, dos repertorios y hasta dos actos
de apertura distintos…aunque desde el plano cenital del drone todo se vea y
suene parecido.
Abriendo como teloneros en horario ATP, de un lado está Bastardos del Under, una banda sub20 de Moreno con yeites de film indie que llegó a tocar ahí
por una campaña viral de redes. Del otro, Billy Idol, el sexagenario punk que
desde Generation X marcó escuela y allanó el camino para que todo esto tenga
sentido. Pelos de colores y acné en los nuevos herederos, canas y achaques en el
público de vejetes. Y en el medio, Green Day uniendo fisuras.
Son pocos los referentes de la generación ‘90 que no (la) quedaron en el camino y pudieron reinventarse masivamente ante nuevas audiencias: Damon Albarn con Gorillaz, los Gallagher como solistas, Foo Fighters post Nirvana, Green Day y…ahí termina el conteo. En esa transformación y cambio de era, el trío californiano logró convertirse en una banda de estadios, llevar su punk-pop melódico a las radios y maximizar la fórmula de sus discos frenéticos en operas rock de larga duración. Sus shows siguieron una lógica similar, siendo 100% tribuneros, hiteros y pirotécnicos: saben lo que piden los fans y van al hueso. La rebeldía punk y el no future ya es cosa vieja (¿alguna vez estuvo?) y hoy, en un mundo tan castigado y recién salido de pandemia, el lema pide optimismo: punkis et circenses, alcanza con divertirse, distraerse y pasarla bien, lo que explica un poco cómo y porqué el estadio de Liniers agotó 30.000 localidades varias semanas antes del evento.
Promediando las dos horas de show, los integrantes de Green Day terminan tocando a rastras en el piso y el público pogueando con las pocas fuerzas que le quedan, con un Billie Joe poniendo broche e interpretando a solas una versión precipitada de ‘’Good Riddance (the time of your life)’’. El cierre no es antojadizo: quienes son chicos y los ven por primera vez, como dice la letra, se llevan el momento de sus vidas, quienes crecieron y comparten edad con la banda, otra lección reafirmada en el tiempo.
BILLY IDOL: UN GRITO DE REBELIÓN DOMESTICADA
Las pantallas proyectan un paisaje desolador y
distópico, un boulevard de sueños rotos atravesado por una marquesina que solo ilumina la palabra ‘’Idol’’. En la escena punk,
Billy Idol es de las pocas luminarias que no se quemó por el live fast & die young. A los 66 años, con un presente activo y a tres
décadas de su única visita, el regreso al país no deja de ser digno de celebrar.
El artista británico da cuenta de su grandeza con
un setlist de una hora en el que dialogan pasado y presente, aunque los war flashbacks
ochentosos ganen la pulseada. Si bien hay una intención puesta en repasar highlights
de The Roadside (2021) y su próximo EP (con cortes como ‘’Bitter Taste’’,‘’Running
From The Ghost’’ o ‘’Cage’’), el poder de los recuerdos vaporosos empaña el 80%
de su repertorio.
Con un puntapié infalible como el riff inicial de ‘’Dancing With Myself’’ introduce el clima festivo, que continúa con un bloque de hits
demoledores como ‘’Cradle of love’’, ‘’White Wedding’’, el cover ‘’Mony, Mony’’ de Tommy James & The Shondells o ‘’Flesh for fantasy’’, donde el veterano retruca su carta de sex symbol sacándose la
remera hasta quedar en cueros.
Mientras canta, ‘’tuerce la boca y se arregla el pelito’’ para la cámara: sigue conservando
la misma pose de tipo-duro-pero-cuidado,
portando campera negra con tachas y colgantes, frunciendo el labio como villano
o repartiendo lengüetazos como en su etapa rockstar de poster pagsa. A los años de experiencia como performer, se
suma una banda ajustadísima que sabe secundarlo en sus decisiones artísticas,
con el guitarrista Steve Stevens
recibiendo standing ovation por mechar con precisión riffs gancheros y solos virtuosos.
El pseudo
punkito de Billy tiene un universo musical tan comercial como indefinido, logrando
lo que a muchos de su camada les cuesta: encajar cómodo en la batea de bubblegum
pop, hard rock motoquero, cyberpunk, new wave o hasta hair metal. Así se
explica que canciones contrastantes como la balada synth ‘’Eyes Without a Face’’
(un momento paradójico donde lo instrumental suena impecable pero su voz
flaquea) convivan en perfecta armonía con las bases machacantes y ruteras de ‘’Blue Highway’’ o ‘’Rebel Yell’’.
‘’Nos vemos en los próximos 31 años, aunque no vaya a estar vivo’’ sentencia Idol antes de fugarse del escenario. A juzgar por la respuesta
del público, seguramente esta vez no tarde tanto.