martes, 13 de septiembre de 2022

Green Day en Vélez: escuela de rock explosivo

 

Ph: Martín Bonetto | cortesía Clarín


Como Moisés al dividir las aguas, la pasarela que surca las vallas a ambos lados del mangrullo de Vélez Sarsfield es la brecha generacional que separa la fecha de Green Day en dos públicos, dos repertorios y hasta dos actos de apertura distintos…aunque desde el plano cenital del drone todo se vea y suene parecido.

Abriendo como teloneros en horario ATP, de un lado está Bastardos del Under, una banda sub20 de Moreno con yeites de film indie que llegó a tocar ahí por una campaña viral de redes. Del otro, Billy Idol, el sexagenario punk que desde Generation X marcó escuela y allanó el camino para que todo esto tenga sentido. Pelos de colores y acné en los nuevos herederos, canas y achaques en el público de vejetes. Y en el medio, Green Day uniendo fisuras.

Son pocos los referentes de la generación ‘90 que no (la) quedaron en el camino y pudieron reinventarse masivamente ante nuevas audiencias: Damon Albarn con Gorillaz, los Gallagher como solistas, Foo Fighters post Nirvana, Green Day y…ahí termina el conteo. En esa transformación y cambio de era, el trío californiano logró convertirse en una banda de estadios, llevar su punk-pop melódico a las radios y maximizar la fórmula de sus discos frenéticos en operas rock de larga duración.  Sus shows siguieron una lógica similar, siendo 100% tribuneros, hiteros y pirotécnicos: saben lo que piden los fans y van al hueso. La rebeldía punk y el no future ya es cosa vieja (¿alguna vez estuvo?) y hoy, en un mundo tan castigado y recién salido de pandemia, el lema pide optimismo: punkis et circenses, alcanza con divertirse, distraerse y pasarla bien, lo que explica un poco cómo y porqué el estadio de Liniers agotó 30.000 localidades  varias semanas antes del evento.

 Todo está en su lugar  dentro de una apuesta segura que funciona, aunque de a momentos pueda rozar lugares comunes y volverse predecible.  Ya la pauta la marca el himno ‘’Bohemian Rhapsody’’ de Queen como preámbulo de lo que vendrá: coros multitudinarios, smartphones iluminando Vélez, pogo saltarín y fin de fiesta emotivo. En una patria ramonera como Argentina, que ‘’Blitzkrieg Bop’’ también suene de intro mientras Drunk Bunny arenga al público es todo un ejercicio de precalentamiento acertado. Para cuando Billy Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool salen a escena abriendo con ‘’American Idiot’’, ‘’Holiday’’ y ‘’Know your enemy’’ tienen a la gente encendida como los petardos que explotan por el aire. El show es una maratón de clásicos que no baja en intensidad enérgica, salvo en los momentos en que el carismático cantante sale a tomar aire repasando las baladas del grupo (‘’Boulevard of Broken Dreams’’, ‘’21 Guns’’, ‘’Wake me up (when September ends)’’, cuando invita a fans del público onstage (un afortunado cumple 'el sueño del pibe’ y hasta se lleva de souvenir una Epiphone) o cuando al estilo Sting / Mercury dirige a las masas con un feedback que lo deja eclipsado.

 La columna vertebral del setlist se basa en puntos estratégicos, partiendo de sus discos más populares: Dookie (con temas como ‘’Welcome to paradise’’ ‘’When I come around’’, la inoxidable ‘’Basket Case’’, ‘’Longview’’ o la sorpresa de la noche ‘’She’’) y su obra  post 9/11 American Idiot (con ‘’St. Jimmy’’ y ‘’Jesus of Suburbia’’ a la cabeza). Pero también hay escalas en álbums más olvidados como Insomniac (‘’Brain Stew’’) para contentar a la vieja escuela. Incluso la cosa se pone más interesante con pequeños guiños que homenajean a sus influencias, como el tributo kissero  de ‘’Rock and Roll All Nite’’ o los medleys de Nimrod con éxitos legendarios (‘’Hitchin’ a Ride’’ y el riff de ‘’Iron Man’’ de Sabbath o el dixieland-ska ‘’King for a day’’ en fusión con ‘’Shout’’ de los Isley Bros).

Promediando las dos horas de show, los integrantes de Green Day terminan tocando a rastras en el piso y el público pogueando con las pocas fuerzas que le quedan, con un Billie Joe poniendo broche e interpretando a solas una versión precipitada de ‘’Good Riddance (the time of your life)’’. El cierre no es antojadizo: quienes son chicos y los ven por primera vez, como dice la letra, se llevan el momento de sus vidas, quienes crecieron y comparten edad con la banda, otra lección reafirmada en el tiempo.


Ph: Martín Bonetto | cortesía Clarín

Ph: Patricio Pidal | cortesía La Nación



BILLY IDOL: UN GRITO DE REBELIÓN DOMESTICADA

Ph: Patricio Pidal cortesía La Nación 


Las pantallas proyectan un paisaje desolador y distópico, un boulevard de sueños rotos atravesado por una marquesina que solo ilumina la palabra ‘’Idol’’. En la escena punk, Billy Idol es de las pocas luminarias que no se quemó por el live fast & die young.  A los 66 años, con un presente activo y a tres décadas de su única visita, el regreso al país no deja de ser digno de celebrar.

El artista británico da cuenta de su grandeza con un setlist de una hora en el que dialogan pasado y presente, aunque los war flashbacks ochentosos ganen la pulseada. Si bien hay una intención puesta en repasar highlights de The Roadside (2021) y su próximo EP (con cortes como ‘’Bitter Taste’’,‘’Running From The Ghost’’ o ‘’Cage’’), el poder de los recuerdos vaporosos empaña el 80% de su repertorio.

Con un puntapié infalible como el riff inicial de ‘’Dancing With Myself’’ introduce el clima festivo, que continúa con un bloque de hits demoledores como ‘’Cradle of love’’, ‘’White Wedding’’, el cover  ‘’Mony, Mony’’ de Tommy James & The Shondells o ‘’Flesh for fantasy’’, donde el veterano retruca su carta de sex symbol sacándose la remera hasta quedar en cueros.

Mientras canta, ‘’tuerce la boca y se arregla el pelito’’ para la cámara: sigue conservando la misma pose de tipo-duro-pero-cuidado, portando campera negra con tachas y colgantes, frunciendo el labio como villano o repartiendo lengüetazos como en su etapa rockstar de poster pagsa.  A los años de experiencia como performer, se suma una banda ajustadísima que sabe secundarlo en sus decisiones artísticas, con el guitarrista  Steve Stevens recibiendo standing ovation por mechar con precisión riffs gancheros y solos virtuosos.

El pseudo punkito de Billy tiene un universo musical tan comercial como indefinido, logrando lo que a muchos de su camada les cuesta: encajar cómodo en la batea de bubblegum pop, hard rock motoquero, cyberpunk, new wave o hasta hair metal. Así se explica que canciones contrastantes como la balada synth ‘’Eyes Without a Face’’ (un momento paradójico donde lo instrumental suena impecable pero su voz flaquea) convivan en perfecta armonía con las bases machacantes y ruteras de ‘’Blue Highway’’ o ‘’Rebel Yell’’.

‘’Nos vemos en los próximos 31 años, aunque no vaya a estar vivo’’ sentencia Idol antes de fugarse del escenario. A juzgar por la respuesta del público, seguramente esta vez no tarde tanto. 

Ph: Patricio Pidal | cortesía La Nación