Cuenta la leyenda que Ulises, en una de
sus odiseas turísticas, navegó en altamar junto a su tripulación y conoció a
las sirenas, criaturas diáfanas oceánicas que con su dulce cantar enamoraban y
conmovían los oídos de cualquier mortal. Este efecto hechizante provocó que por
el resto de la travesía los navegantes perdieran el juicio y permanecieran
atónitos, para dormirse embelesados ante la habilidad de estas platónicas
ninfas acuáticas.
Alegóricamente, más o menos algo así
sucedió el 21 de marzo en el estadio Luna Park ante la presentación del grupo
británico Morcheeba. Tras reiterados cambios de vocalista, habiendo pasado por
ese rol Daisy Martey y Jody Sternberg, con siete discos de grabación en
su haber, finalmente la formación originaria comandada por la belleza de color
piel de ébano y almibaradas cuerdas vocales, Skye Edwards, volvió a encender la
mella de los escenarios y a resucitar el nombre y el espíritu del grupo por el
que siempre fue reivindicado: ese trip hop bastante pop, ganchero, rebozado
de femineidad sensual y elegancia, apto para ambientar situaciones de copeteo chill out en
bares. La jornada fue impecable: la virtuosa dama brilló con luz propia tras
los reflectores amén del resto de quienes la acompañaban sobre la tarima.
La buena de Skye dejó más que en claro que su caudal de voz rinde para rato.
La velada arrancó casi sobre la hora,
con esa puntualidad inglesa precisa. Las luces se bajaron tenues a una gama de
colores fríos, aclimatando una gélida pero agradable atmósfera que el grupo
desplegaría al cabo de una hora y media de show.
Cinco músicos salen a escena, pero el
plató no esta del todo completo sin su carismática y curvilínea figura. Skye se
alinea al resto, vestida en un hermoso y atractivo vestido rojo con falda de
abundantes plumas que denota ser pesado (hecho por ella!), el outfit se complementa con plataformas de
gran escala y un peinado beehive que
rememoraba a la escuela de las Ronnettes cruzada con el porte del charleston de los años '20.
Toda la banda entra con vaso en mano de
bebida blanca: tequilas y martinis circulan, haciendo gala de que los
exquisitos paladares tendrán su recompensa con un fino momento de placer.
Morcheeba abre con The Sea, rememorando los viejos tiempos
de uno de sus más emblemáticos discos, Big Calm. Repasan éxitos de su trayectoria como Over and Over, la
ranchera Part of the process (¿¡por qué sin el slide!?),
se remontan al primer disco ‘Who you can
trust?’ con Trigger hippie o la neo-psicodelica Tape Loop y
animan a que el publico se suelte un poco más con Be yourself y el enigmático hit Otherwise.
El show (dentro de la tranquilidad trippera que
propone), tiene un bloque aún más relajado donde la tensión desciende a menos
cero al igual que las pulsaciones cardíacas. Pero el erotismo crece a pasos
veloces cuando la morocha entona Never an easy way o Slowdown (que
dicho sea de paso, hizo valer la entrada por lo bien que salió!).
De su última placa Blood like
lemonade resaltaron Even though, Crimson o Beat of the drum, para la cual pidió la
colaboración particionada en coros del publico femenino primero y masculino
después.
Los enigmáticos y captivates ritmos,
sumados a los suaves y delicados ademanes corporales de Skye, crearon un efecto
de hipnosis único en su especie. Todo era como estar en una gran ensoñación
auditiva que combinaba soul, dub, trip hop y pop con tintes de electronica.
La performance cerró de lujo con Blindfold y
el ovacionado y esperado hit Rome wasn’t built in a day como bis.La diva se fue tras bambalinas para
dejarle el cierre a su banda, que continuó tocando sobre el escenario y, como
por arte de magia, el nivel del aplausómetro bajó. El (imaginario)
chasquido de dedos hizo que todos despertaramos de ese hermoso paisaje onírico
y partieramos del teatro mitad despiertos, mitad dormidos a fin de continuar
esos dulces sueños con nuestra almohada.
Txt: María Gudón
Fotos utilizadas en el blog: cortesía de Agustín Dusserre vía Flickr
Crónica de show escrita para UltraBrit
No hay comentarios:
Publicar un comentario