viernes, 7 de septiembre de 2018

Mike Patton & Mondo Cane: concerto al dente en el Gran Rex




¿Se le puede pedir a esta altura algo más a un hombre experimentado y versátil como Mike Patton? Su garganta escupió flema furiosa desde Faith No More, Tomahawk y Fantômas, probó cuanto género bizarro se haya cruzado en Mr.Bungle, fue conejo de indias de las extravagancias de John Zorn en Moonchild y hasta se codeó con el trip hop en proyectos como Lovage y Peeping Tom (obviando unos cuantos eslabones de la cadena).  

Con semejante CV se puede pensar que es un hombre realizado y que pocas cosas le quedan por cumplir en esta vida. Pero no, Patton es una fuente inagotable de hiperactividad e inquietud. De su experiencia de vida conyugal en Bolonia quedó cierta saudade por las tierras italianas y Mondo Cane fue la consolidación como crooner con la que, en compañía de una orquesta numerosa, revisitó bajo su propia lectura la era dorada de las canciones napolitanas de los años 50 y 60. 

Lo que empezó en 2007 como una serie de shows por el viejo continente derivó luego en un disco único editado en 2010 por Ipecac Recordings para culminar con la ambiciosa – pero no por ello imposible –  tarea de llevarlo de gira por el mundo. 
Siete años atrás y a esta misma altura, el cantante aterrizó por primera vez en nuestro país con este espectáculo grandilocuente en dos funciones sold out en el Teatro Coliseo y ahora se presentó en el Gran Rex respaldado por 23 músicos multinacionales, nuevamente bajo la conducción magistral de Ezequiel ‘Cheche’ Alara.

El telón rojo se eleva al son de un clásico pop de Gino Paoli popularizado por Mina Mazzini, ‘Il cielo in una stanza’, y a partir de ahí todo empieza a cobrar un tinte épico, entramando coros con arreglos exquisitos de cuerdas y vientos. Mike Patton sale vestido para la cita a tono, con pelo engominado, boina, pantalones pinzados sujetos por tiradores, camisa blanca y zapatos lustrosos, jugándola entre un dandy romántico del mediterráneo y un gánster de arrabal. Y esa caracterización de roles la aplica a las exigencias de cada tema: en ‘Che Notte’, el bueno de Mike dispara un pistolín de aire comprimido y se pone en la piel de Fred Buscaglione, tomando una megáfono para hacer el racconto á la italiana del anochecer de un día agitado bajo ritmos klezmer. La esencia tana y su impecable fonética también aparecen en ‘20 Km al giorno’ o en los aires circenses y marchantes de ‘Storia D’Amore’.

Como un actor flexible sin restricciones, Patton no tarda en pasar de una faceta dramática (‘Ore D’Amore’, ‘Quello Che Conta’) a un estado de euforia visceral. ‘Urlo Negro’ de los psicodélicos The Blackmen es el momento de mayor tensión: partiendo del beatboxing indescifrable y los gritos bestiales hacia un rapto transversal y pop a los swingin’ sixties. Lo mismo ocurre con ‘Yeeeeah’, otra perla lisérgica ignota en donde los falsetes y agudos llegan a tope. Es ahí donde los lenguajes y formación de Patton convergen de forma interesante, tamizando un universo de música ajena por su propio filtro y bagaje rockero. Es ahí donde salen a flote sus orígenes y el terreno novedoso hacia donde puede llevar las cosas, acompañando su gamebeteo vocal con el cuerpo, gesticulando y moviéndose de un lado al otro del escenario y haciendo de este un espectáculo singular y distinto.

También el atractivo yace en momentos íntimos y ensoñadores dignos de soundtrack cinematográfico como ‘Scalinatella’ y ‘Dio Come Ti Amo’, sostenidos apenas por punteos de guitarras, coros fantasmales, theremines y flautas traversas. El hombre de las mil voces sabe que hay algunos clásicos a los que es mejor respetar con reverencia y fidelidad por la belleza intrínseca de sus melodías, por eso en canzonetas románticas como ‘Deep Down’ (composición de Morricone para el film Diabolik de Mario Bava),’Ti Offro Da Bere’ o en baladas pop como ‘Legata ad un granello di sabbia’, ‘L’Uomo Che Non Sapeva Amare (ambas de Nico Fidenco) o ‘Lontano, lontano’ (Luigi Tenco) Patton se corre del personaje para no trastocar la esencia estructural de las versiones originales.

Su universo rico e impredecible ofrece un abanico de posibilidades en donde la ingenuidad se ubica solamente a un paso de la oscuridad más profunda y la pieza ‘O Venezia, Venaga Venusia’ (de Nino Rota para el film Il Casanova de Fellini) es, en ese sentido, una invitación a abrir los portales y rincones más espeluznantes de la mente humana.   

Como cierre sublime, ‘Senza Fine’ viene a confirmar que el aire quedó hechizado por la dulzura y el espíritu de otra época, fusionando el pasado con el presente artístico de Mike.  

Lo que vino a la postre fueron muestras que completaron una noche que ya estaba hecha y en su punto giusto de cocción: un obsequio cómico del tango ‘Vuelvo al Surrr’ en homenaje a Piazzolla & Goyeneche, el acting de un cantante de cabaret que susurra sensualmente mientras fuma ‘Una Sigaretta’ convidada gentilmente por alguien del público y el punto final con ‘Sole Malato’ de Domenico Modugno.

Traspasar las puertas del Rex luego de ese viaje a otra dimensión perdida en el tiempo para enfrentarse al verdadero mundo perro de afuera en la calle se hace difícil pero nadie que haya salido de ahí puede decir que se fue de la misma forma en que entró, conmovido por el recuerdo de semejante experiencia.

Txt: María Gudón









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