Harry Styles sabe lo que quieren las guachas: una mirada seductora, una mueca
risueña de costado o admitir repetidamente lo mucho que extrañó y ama al
público argentino son comodines que bastan para guardarse a cada una de sus
fans en el bolsillo como por acto de magia. Al boy-next-door del pop británico le sobra manual de galantería y
entretenimiento como showman. La salida del reality televisivo británico
X-Factor (la fábrica cazatalentos de Simon Cowell) y su posterior carrera
meteórica en One Direction, la última boyband de éxito global, fueron la
escuela que le brindó herramientas para moverse sobre el escenario como pez en
el agua. La popularidad es un ‘monstruo grande que pisa fuerte’ y luego de haber
dejado como grupo una huella para el recuerdo, Styles, al igual que el resto de
sus compañeros (pero con mejores credenciales), anunció el lanzamiento de su debut solista en 2017. Como canta en uno de sus temas, ‘we’re not who we used to be, we don’t see what we used to see’:
aunque las apariencias engañen, ya no es más quien solía ser. El presente lo
encuentra a medio camino entre un songwriter de credibilidad y carrera sólida en proceso y el teen que está ingresando en la adultez y
que, más allá de seguir siendo un fenómeno de ventas y obligaciones
contractuales, hoy está desarrollando una identidad musical que deja entrever
sus verdaderas influencias y decisiones artísticas. Básicamente, el momento en
que se encuentra es el desafío del primer disco post banda, el mismo que décadas
antes transitaron Robbie Williams post Take That con Life Thru A Lens (1997) o
Justin Timberlake post N’ Sync con Justified (2003).
En ese marco, y habiendo agotado (¡un
año antes!) las entradas del show en el DirecTV Arena de Tortuguitas, es como
el popstar aterriza por primera vez en solitario en el país.
Luego de la apertura ajustada del
soulman Leon Bridges, comienzan a sonar temas que van de Shania Twain, Stephen Stills y Queen, pasando por la beatlera y ovacionadísima ‘Olivia’ de 1D, hasta Shuggie Otis y Pink Floyd, un mix de entretiempo que anima a los padres que acompañan a
sus hijos y delata los ejes en los que se moverá el show (entre homenajes, viejos
repasos y un presente maduro y folk pop). En esos minutos, que para la ansiedad que maneja
el público centennial equivalen a una eternidad, se forman las típicas olas en
la platea y se reparten globos rosas y pegatinas para iluminar los celulares
con filtros de colores, mientras en pantalla se proyecta las manos de Styles desentramando
un cubo de Rubik. Cuando los colores se alinean, suena la intro evangelizadora
de ‘Only Angel’ y los acordes rockeros – en clave Stone pasteurizados - dan
bienvenida a Harry y a su banda, escoltados por gritos eufóricos y a volumen
inaudito y ensordecedor. Cualquier semejanza con la beatlemania y los sixties es válida: el cantante inglés sale
vestido en un traje Givenchy de terciopelo negro con destellos plateados tirando pasos
agraciados, como un lejano heredero del primer Mick Jagger (vale la pena ver su imitación en SNL) y la legión de fans
no juzga ni escucha con demasiada atención su rendimiento vocal, solo gritan,
lloran, capturan el momento para subirlo a Instagram, se emocionan y abrazan
entre amigas, felices de estar frente a un sueño cumplido que tardó unos cuatro
años en volverse a dar desde el debut de 1D.
Harry invita a sus chicas a cumplir una
misión: ‘Necesito que tengan la mejor
noche de sus vidas. Siéntanse libres de hacer lo que quieran hoy’ y acto
seguido, despunta como regalo ‘Woman’, una balada mid-tempo setentosa situada
entre su contemporáneo Frank Ocean y Elton John. Los momentos acústicos llegan
con el set country pop de ‘Ever Since New York’ y ‘Two Ghosts’, la historia de
una relación fantasmal de dos amantes que pasan a ser desconocidos (según reza
la data oficial, estaría dedicado a su ex Taylor Swift, quien también habría
hecho lo mismo con los temas ‘Style’ y ‘I Knew You Were Trouble’).
Al mejor estilo ‘si lo sabe cante’, Styles
aclara que solo cuenta con 10 canciones propias, es por eso que, luego de tocar
‘Carolina’, invita a que se unan a corear con él los celebrados extras de
relleno: ‘Stockholm Syndrome’ (el paso obligado para contentar a las fans más
nostálgicas de 1D), y ‘Just A Little Bit Of Your Heart’, la canción que compuso
para el segundo álbum Ariana Grande, My Everything. Las fans responden al pie
del cañón y saben TODAS las letras, incluso las de outtakes que no cuentan con
versiones de estudio pero sí integran el repertorio de la gira, como el caso de
‘Anna’ (con medley a ‘Faith’ de George Michael) o ‘Medicine’, en la que flamean
varias banderas inclusivas de la comunidad LGBT, en complicidad y apoyo con la
letra y rumores de una (aún) no negada ni confirmada bisexualidad del cantante
de 24 años.
‘Meet me in the hallway’ es el último
tema con banda completa antes de una sorpresa íntima, cercana y especial con un
escenario alternativo detrás de la consola de cara a la platea central, que hace
que las fans del fondo, con tal de estar a metros suyo, corran cual ejército de
zombies para acercarse al vallado a obtener la postal más cercana posible de
souvenir. Acompañado únicamente por el guitarrista, Harry rinde homenaje al manual de composición Mccartneano con ‘Sweet Creature’, mientras pide algo de
silencio, saluda y lee las pancartas, para luego quedar a solas tocando ‘If I Could Fly’ de su ex banda. Si en momentos como esos antes se alzaban
encendedores, la generación Z levanta en alto sus celulares, que iluminan al
estadio como si fuera un campo de luciérnagas.
Una vez que regresa al main stage,
cierra el ciclo directioner con ‘What Makes You Beautiful’, el pico de estrógenos donde pone a todo el estadio a
saltar enérgicamente.
‘No
suelo decir esto, pero ustedes, hasta ahora fueron el mejor público. Los amo
con todo mi corazón, sí’ y ‘Prometo
que nunca más voy a dejar pasar tanto tiempo sin volver’ fueron frases que circularon promediando la última instancia de la noche, que cerró con ‘Sign Of The Times’, la balada melodramática y post-apocalíptica de casi seis minutos con
la que presentó en sociedad su faceta solista y le trajo comparaciones a
antepasados britpoperos como Oasis o el ya mencionado Robbie Williams.
Luego de un breve respiro, Harry y el
cuarteto vuelven para los bises con ‘From The Dining Table’, un momento
‘fogonero’ de introspección en el que las fans, sabiendo que es el tema que más
disfruta tocar, le ofrendan el mayor de los respetos en silencio absoluto. Styles
introduce a su backing band, integrada por dos mujeres: Clare Uchima (teclados)
y Sarah Jones (batería) + dos hombres: Adam Pendergast (bajo) y el guiatrrista Mitch
Rowland y luego da paso a un honorable cover de 'The Chain’ de sus admirados Fleetwood Mac.
Con agradecimientos continuos, risas
sostenidas y brillo en los ojos verdes de su babyface como señal aprobatoria, durante
‘Kiwi’, su bomba más hard rockera, explosiva y amplificada, luego de moverse de
una punta a la otra del escenario y cantar con la bandera argentina envolviendo
el micrófono, se arrodilla haciendo reverencia ante un harén de fans que
también ya quedaron rendidas a sus encantos hace rato.
No se sabe si Styles sostendrá su
promesa y regresará próximamente. Tampoco se sabe el curso que seguirá su
carrera. Si, como recita una de sus canciones, este fue su ‘final show’, lo dio vestido en su mejor
atuendo. Solo se puede notar que en ese pop
/ rock sensible y correcto hay un dejo de emancipación del pasado, aunque
dialogue en buenos términos con un presente menos predecible que parece
calzarle entallado. Como sea, siempre estará la seguridad que sus fans
incondicionales van a estar ahí para apoyarlo y verlo crecer en ese cambio.
Txt: María Gudón
Ph: Cortesía de Trigo Gerardi para DF Entertainment y capturas de Instagram
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