¿Se le puede pedir a esta altura algo
más a un hombre experimentado y versátil como Mike Patton? Su garganta escupió
flema furiosa desde Faith No More, Tomahawk y Fantômas, probó cuanto género
bizarro se haya cruzado en Mr.Bungle, fue conejo de indias de las extravagancias
de John Zorn en Moonchild y hasta se codeó con el trip hop en proyectos como
Lovage y Peeping Tom (obviando unos cuantos eslabones de la cadena).
Con semejante CV se puede pensar que es
un hombre realizado y que pocas cosas le quedan por cumplir en esta vida. Pero
no, Patton es una fuente inagotable de hiperactividad e inquietud. De su
experiencia de vida conyugal en Bolonia quedó cierta saudade por las tierras italianas y Mondo Cane fue la consolidación
como crooner con la que, en compañía de una orquesta numerosa, revisitó bajo su propia
lectura la era dorada de las canciones napolitanas de los años 50 y 60.
Lo que empezó en 2007 como una serie de shows por el viejo continente derivó luego en un disco único editado en 2010 por Ipecac Recordings para culminar con la ambiciosa – pero no por ello imposible – tarea de llevarlo de gira por el mundo.
Lo que empezó en 2007 como una serie de shows por el viejo continente derivó luego en un disco único editado en 2010 por Ipecac Recordings para culminar con la ambiciosa – pero no por ello imposible – tarea de llevarlo de gira por el mundo.
Siete años atrás y a esta misma altura, el cantante aterrizó por primera vez en nuestro país con este espectáculo
grandilocuente en dos funciones sold out
en el Teatro Coliseo y ahora se presentó en el Gran Rex respaldado por 23 músicos multinacionales,
nuevamente bajo la conducción magistral de Ezequiel ‘Cheche’ Alara.
El telón rojo se eleva al son de un
clásico pop de Gino Paoli popularizado por Mina Mazzini, ‘Il cielo in una stanza’, y a partir de ahí todo empieza a cobrar un tinte épico, entramando
coros con arreglos exquisitos de cuerdas y vientos. Mike Patton sale vestido
para la cita a tono, con pelo engominado, boina, pantalones pinzados sujetos
por tiradores, camisa blanca y zapatos lustrosos, jugándola entre un dandy
romántico del mediterráneo y un gánster de arrabal. Y esa caracterización de roles
la aplica a las exigencias de cada tema: en ‘Che Notte’, el bueno de Mike dispara un pistolín de aire comprimido y se pone en la
piel de Fred Buscaglione, tomando una megáfono para hacer el racconto á la italiana del anochecer de
un día agitado bajo ritmos klezmer. La esencia tana y su impecable fonética también aparecen en ‘20 Km al giorno’ o en los aires circenses y marchantes de ‘Storia D’Amore’.
Como un actor flexible sin restricciones,
Patton no tarda en pasar de una faceta dramática (‘Ore D’Amore’, ‘Quello Che Conta’) a un estado de euforia visceral. ‘Urlo Negro’ de los psicodélicos The Blackmen es el momento de mayor tensión: partiendo del beatboxing indescifrable
y los gritos bestiales hacia un rapto transversal y pop a los swingin’ sixties.
Lo mismo ocurre con ‘Yeeeeah’, otra perla lisérgica ignota en donde los falsetes
y agudos llegan a tope. Es ahí donde los lenguajes y formación de Patton convergen
de forma interesante, tamizando un universo de música ajena por su propio filtro
y bagaje rockero. Es ahí donde salen a flote sus orígenes y el terreno novedoso
hacia donde puede llevar las cosas, acompañando su gamebeteo vocal con el
cuerpo, gesticulando y moviéndose de un lado al otro del escenario y haciendo de este un espectáculo singular y distinto.
También el atractivo yace en momentos íntimos
y ensoñadores dignos de soundtrack cinematográfico como ‘Scalinatella’ y ‘Dio Come Ti Amo’, sostenidos apenas por punteos de guitarras, coros fantasmales,
theremines y flautas traversas. El hombre de las mil voces sabe que hay algunos
clásicos a los que es mejor respetar con reverencia y fidelidad por la belleza
intrínseca de sus melodías, por eso en canzonetas románticas como ‘Deep Down’ (composición de Morricone para el film Diabolik de Mario Bava),’Ti Offro Da Bere’ o en baladas
pop como ‘Legata ad un granello di sabbia’, ‘L’Uomo Che Non Sapeva Amare’ (ambas de Nico Fidenco) o ‘Lontano, lontano’
(Luigi Tenco) Patton se corre del personaje para no trastocar la esencia estructural
de las versiones originales.
Su universo rico e impredecible ofrece
un abanico de posibilidades en donde la ingenuidad se ubica solamente a un paso
de la oscuridad más profunda y la pieza ‘O Venezia, Venaga Venusia’ (de Nino Rota para el film Il Casanova de Fellini) es, en ese sentido, una invitación a abrir los portales
y rincones más espeluznantes de la mente humana.
Como cierre sublime, ‘Senza Fine’ viene
a confirmar que el aire quedó hechizado por la dulzura y el espíritu de otra
época, fusionando el pasado con el presente artístico de Mike.
Lo que vino a la postre fueron muestras
que completaron una noche que ya estaba hecha y en su punto giusto de cocción: un obsequio cómico del tango ‘Vuelvo al Surrr’ en homenaje a Piazzolla & Goyeneche, el acting de un cantante de cabaret que susurra sensualmente mientras fuma ‘Una Sigaretta’ convidada gentilmente por alguien del público y el punto final con ‘Sole Malato’ de Domenico Modugno.
Traspasar las puertas del Rex luego de
ese viaje a otra dimensión perdida en el tiempo para enfrentarse al verdadero mundo perro de afuera en la calle se hace difícil pero
nadie que haya salido de ahí puede decir que se fue de la misma forma en que
entró, conmovido por el recuerdo de semejante experiencia.
Txt: María Gudón
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