‘Los promotores o los espíritus no han querido que viniera antes.
Pero no quiero preguntarme por qué no pude visitar antes Argentina, sino
disfrutar de haber llegado’ dijo Stevie Wonder en la conferencia de prensa
sobre la demora de su esperado debut en suelo argentino.
Cualquier justificación es válida por la simple excusa de escucharlo
desplegar su potencial: su voz almibarada es una cálida caricia al oído y sus
talentos multiinstrumentales, una maquinaria de groove que demanda
una respuesta corporal inmediata.
Rindiendo homenaje a su estrella amiga Marvin Gaye, la hermosa noche
abrió con el cover ‘How sweet it is to be loved by you’ en una versión
totalmente apropiada que parecía pertenecerle.
Wonder sale ataviado en una túnica sedosa verde de estilo africano con
unos llamativos Wayfarers fluorescentes acompañado de su numerosa banda: una
troupe de diez músicos negros con swing hasta para regalar. De entrada se gana
al público con simpatía y carisma e invita a que las personas sean sus voces
representativas (o ‘Stevie’s voices in Argentina’ como él las
llama), proponiendo zapadas y distintas consignas corales que se irán
repitiendo ante un estímulo dado, haciendo partícipes de improvisaciones a
hombres y mujeres con secciones de graves y agudos.
El recorrido continúa con dos joyas de Hotter Than July (1980):
‘As If You Read My Mind’ y ‘Master Blaster’, ese jammmin’ de rítmica reggae e
influencia jamaiquina.
El pase luego regresa a los homenajes: la cita obligada a Nelson Mandela
por sus fuertes convicciones llega con ‘Higher Ground’, un himno que incentiva
a arraigarse a la fé y a ser estoico en tiempos difíciles y con ‘Keep Our Love
Alive’, un nuevo tema compuesto especialmente tras la muerte del líder
revolucionario sudafricano. La mención honorable se repite con otro cover: ‘The
Way You Make Me Feel’ de Michael Jackson, que deriva en una serie de solos
instrumentales.
Parece mentira estar frente a uno de los más grandes compositores de
este siglo y que éste mantenga su destreza y talento intacto como si el tiempo
no hubiese dejado marcas. Stevie abre su boca y de ella sale magia, logrando el
mismo registro de agudos que en las viejas épocas. En una era saturada de
auto-tune es increíble que su voz siga siendo un diamante en estado bruto.
Todo lo que sus manos tocan
(teclados, armónica o el extraño instrumento que mezcla teclas con sonidos
guitarreros), lo convierten en fuente de placer auditivo con una marcada identidad: sea funk,
canción o soul. Merece también un párrafo aparte la virtuosa banda en que se
apoya: que tiene swing innato y acompaña en perfecto ensamble todas las
decisiones de su repertorio.
Es emocionante pensar que aquel prodigioso y humilde
jovencito de 11 años oriundo del motorizado pueblo de Detroit fichado
por Berry Gordy y educado por Maxine
Powell en la década del ’60 aún hoy mantiene una longeva carrera de cinco décadas
de historia al servicio de la música. Pero ojo…los años y los hits no resultan
una carga pesada. Hay quienes hacen shows estructuralmente planificados y, por
el contrario, quienes aún conservan soltura, espontaneidad y diversión, irradiando
felicidad y entrega absoluta. Wonder forma parte de esta última escuela y es
contagioso verlo ante el goce de su propia obra esparciendo su amor en forma de
sonrisas, música y mensajes de hermandad. A propósito de esto último, no falta
oportunidad entre tema y tema en que, como buen predicador de la bondad, no
hable sobre la importancia de la unión interracial y del amor hacia el prójimo
(lo que indica que no es casual su título como Mensajero de la Paz en la ONU).
El repertorio va transitando por distintos climas y en el medio se viene
un bloque de baladas que ablandan sentimientos y despiertan emociones fuertes,
obligando a preparar los kleenex en mano. ‘Overjoyed’,
‘Lately’, ‘Golden Lady’ o ‘Ribbon In The Sky’ (a la que se le engancha ‘Wait In
Vain’ de Bob Marley) son picos altos que enfatizan la habilidad de Wonder no
solo como vocalista sino también como compositor melódico.
Si hubo un momento que descolocó a la gente fue el paréntesis con los invitados sorpresa en
escena: Fabiana Cantilo (acto soporte de su show) subió a cantar una cristalina
versión a dúo de ‘Love’s in Need Of Love Today’ y después ocurrió lo mismo con
IKV, que irrumpió ‘Do I Do’, extendiendo su cuarto de hora con las rapeadas
‘Abarajame’ y ‘Ula Ula’.
Pero lo mejor estaba por venir, guardado para el tramo final. La racha de hits
dorados de los ‘70s encabezada por ‘Don’t You Worry ‘Bout A Thing’, ‘Living For
The City’o ‘Sir Duke’ se mezclaron con
los mega exitosos ‘I Just Called To Say I Love You’ o ‘Isn’t She Lovely’,
dedicada especialmente a su hija Aisha Morris (que estaba presente en los coros
de la big band).
Las dosis de romanticismo de ‘You Are The Sunshine Of My Life’ y ‘My
Cherie Amour’ tampoco fueron obviadas.
Pero el corte abrupto fue dado con ‘Supersition’ como cierre, que obligó
a que todo el estadio Velez se levantara de su asiento para meterse en el baile,
una verdadera discoteca de sonido Motown al aire libre.
Firmado, vendido y entregado: el público argentino se llevó a cambio de
inoxidables canciones, un sacudón de emociones de esas que quedan selladas en el
baúl de las memorias y cada tanto vale la pena repasar. Una celebración cancionera
como clave de la misma vida, que muta pero permanece intacta en la memoria,
como la voz de este maestro.
Txt: María Gudón
Fotos: Cortesía del portal Infobae
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