El comandante nazi Rudolf Höss (Christian Friedel) y su mujer Hedwig (Sandra Hüller) viven junto a sus hijos la vida de ensueño a la que siempre aspiraron bordeando los campos de exterminio en Auschwitz. Sus días transcurren en una casona lujosa en la que reciben invitados, disfrutando atardeceres bucólicos en un jardín con pileta y excursiones al río, mientras de espaldas se llevan a cabo todo tipo de atrocidades en hornos crematorios y cámaras de gas. Pronto la armonía familiar comenzará a desestabilizarse cuando el patriarca de las fuerzas militares sea ascendido y deba trasladarse por trabajo a Berlín. Su mujer se rehusará a abandonar ese bienestar y estilo de vida admitiendo el sacrificio que llevó obtenerlo y convencerá al marido que vaya solo en la misión y visite a la familia de regreso. De ahí en más, cada uno tomará poder en su lugar: él como supervisor de operaciones y ella a la cabeza del hogar, del que se auto proclama reina.
Hasta ahí podría tratarse de otra película más sobre Holocausto, pero…¿qué es lo que hace a Zona de Interés tan controversial y única? La forma inusual en que se posiciona para contar los hechos. Con distancia objetiva y sin caer en complicidades, el director aborda esta historia desde el ángulo perpetrador, explorando el concepto de banalidad del mal en una familia capaz de ignorar y disociarse del horror con tal de continuar su vida cotidiana. Aunque son conscientes que existe otra realidad cruzando el alambrado, eligen no verla e ignorarla. Su único punto de conexión con el afuera es cuando algún prisionero entra a su mundo a servirlos en sus tareas domésticas o cuando Hedwig recibe atenciones de regalo como joyas o ropa costosa expropiada de mujeres judías. Y en eso el director no arma juicios de valor, sino que abre el campo de juego para que el espectador los complete desde su opinión y lectura, se haga replanteos o elabore prejuicios en base a la identificación o rechazo que le causen los personajes.
Detrás de la fachada idílica que los Höss aparentan, todo es tan siniestro que ni hace falta evocarlo para que la atmósfera densa e intensa se apropie del aire y se sienta en el peso del cuerpo. Glazer sustrae elementos para construir una historia impactante desde la ausencia. Muestra una tragedia de forma invisible, en la que los encargados de materializarla no dejan rastros corpóreos ni sangre derramada -aunque se hayan llevado miles de vidas-.
Rota en continuidad un soundtrack horroroso de gritos, sirenas, disparos y combustión que se normaliza como música de fondo, sin que la reflexión ni arrepentimiento escarmienten en silencio. Te encierra tras las puertas y ventanas de una casa opresiva que se protege del peligro externo cuando la amenaza vive dentro.
Pero…¿hasta qué punto el humano puede vivir sin cargar con el peso de sus actos? ¿Hasta qué grado del inframundo insensible se puede descender?
La semilla moral parece germinar en el cuerpo sembrada por los hechos, cuando Rudolf va al médico y le encuentran el vientre inflamado tras recibir la orden de la Operación Höss que supervisará, una de las mayores matanzas por gaseo. También cuando, luego del brindis celebratorio por el plan de acción, se va de la fiesta de la élite militar bajando las escaleras hacia los infiernos más oscuros de su propia consciencia, con arcadas que lo tienen alcoholizado, algo asqueado de frivolidad y horrorizado por la voluntad de los actos que perpetuará con sus propias manos. Y es ahí, en uno de esos pisos bajos, donde el pasado se alinea y entra en diálogo con el presente: en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau. Aunque Rudolf no lo sepa, esas salas serán el lugar donde sus actos dejarán evidencia y serán juzgados e inmortalizados en la memoria colectiva. Pero también lavados de suciedad, privados de contexto y presentados en un marco de interés y atractivo cultural. Tanto para quienes hacen su trabajo de rutina restaurando la historia, como para los visitantes de museos o espectadores de la película, el impacto de tenerlos enfrente es chocante y sensible...pero los hechos de terror vienen tan normalizados a diario con las noticias de fondo, que da la sensación de que, pese a que puedan repetirse, la vida continúa, al igual que para la familia Höss. En el pasado con Auschwitz, hoy con la guerra de Israel y Gaza o el conflicto entre Rusia y Ucrania…¿mañana? ya veremos.
Mientras tanto, seguimos cuidando los límites y detalles de nuestra quinta floreada para mermar el efecto de lo que pueda estar pasando afuera, del otro lado de los propios muros que construimos.
Sobre nazismo:
La Bruja de Hitler (2022) - Virna Molina y Ernesto Ardito
The White Ribbon (2009) - Michael Haneke
La Caída (2004) - Oliver Hirschbiegel
Come and see (1985) - Elem Klimov
The Grey Zone (2001) - Tim Blake Nelson
Night and fog (1956) - Alain Resnais
Shoah (1985) - Claude Lanzmann
Sobre límites y espacialidad:
Home (2008) - Ursula Meier
Dogtooth (2009) - Yorgos Lanthimos
Dogville (2003) - Lars Von Trier
Sobre horror psicológico:
The Killing of a Sacred Deer (2017) -Yorgos Lanthimos
Antichrist (2009) - Lars Von Trier
Funny Games (1997) - Michael Haneke
Under The Skin (2013) - Jonathan Glazer
La Casa Lobo (2018) - Joaquín Cociña y Cristobal León