viernes, 24 de septiembre de 2021

Oasis Knebworth 1996: Estar ahí en aquel entonces

Ph: Roberta Parkin./Redferns 

Tomá una polaroid, capturá un momento y congelalo para que el recuerdo no se decolore en el tiempo. Esa parece la meta que el director Jake Scott (hijo de Ridley) se propuso para el documental Oasis Knebworth 1996, que tuvo su estreno mundial en cines llegando, por extraño que hoy resulte, a varias salas locales.

Se cumplieron 25 años del show más convocante y emblemático que la banda inglesa dio en su carrera en el predio de Knebworth, una marca solamente alcanzada por grupos de renombre y status legendario como Led Zeppelin, Rolling Stones o Queen.

2 noches, 250.000 tickets agotados en tiempo record el día que salieron a la venta, cientos de fans con distintas historias y orígenes congregados en Hertfordshire por un mismo fin: asistir a la presentación de la década para ver a la banda mancuniana coronarse en el cenit de su carrera y masividad tras dos smash hits estruendosos como Definitely Maybe (1994) y (What's The Story) Morning Glory? (1995).

Conseguir entradas para las presentaciones del 10 y 11 de agosto fue una odisea de la que alrededor del 2% de la población total británica intentó formar parte (!). Los boletos, pese a que para el momento costaban una ganga, cotizaban cual Golden Ticket de Willy Wonka e incluso el FOMO lo sentían quienes quedaron afuera, que siguieron la transmisión con una amplia cobertura radial por BBC Radio 1 para grabar los conciertos en cassette. Salvando las distancias (y omitiendo el Festival de la Isla de Wight de 1970), fue un evento cultural histórico, el Woodstock que U.K tuvo promediando los 90. 

Ph: Jill Furmanovsky

El documental es una snapshot perfecta del apogeo en la carrera de Oasis, el momento en que se tiran de clavado a la pileta y pasan de ser una banda de mediana convocatoria a llenar estadios. Y esta postal la reconstruyen las voces en off de promotores y algunos integrantes pero el mayor aporte testimonial viene de fanáticos que estuvieron presentes contando las peripecias que hicieron para llegar al lugar y lo especial que se sintieron aquellas noches en sus vidas. 

''Ellos eran nosotros y nosotros eramos ellos'' señalaría un seguidor en referencia al triunfo de la clase obrera, que no solo se expresaba con la banda trabajadora llegando a tocar en un espacio tradicionalmente aristocrático, sino también avanzando más tarde en terreno político con el laborismo post-tatcheriano de Tony Blair, en una época esperanzadora y llena de posibilidades en la que la cultura y artes atravesaron un pico de esplendor.  

El film es un registro de amor nostálgico de la banda por una época y para su público, la retribución por haberlos puesto en el lugar que aún hoy ocupan. Y por más que los hermanos Gallagher sean los Caín y Abel del rock, para este objetivo enterraron el hacha y se unieron como co-productores ejecutivos. 

Para chimentos, declaraciones ácidas, guerra de egos y estrategias de prensa, ya existe otro doc divertido y recomendable: Supersonic (2016). Lejos de contar hechos y sensacionalismo, este se centra en lo sensorial: la conexión con su público en la era pre-Internet, donde vivir un show con los cinco sentidos era más importante que grabarlo para dejar marca en stories, donde el público VIP se podía codear con la common people sin que un vallado delineara pasión ni poder adquisitivo (ver anécdota con Kate Moss y Anna Friel).

La edición en ese sentido es para el aplauso. Por medio de close-ups desde distintos ángulos de la gente cantando, haciendo moshpit y hablando (a veces por demás con relatos que aportan poco), captura la ansiedad previa y la euforia extasiada que se vive durante uno de esos shows que, se sabe, pasarán a la historia, lo emocionante que se siente el estar-aquí-ahora

Resulta increíble que por tantos años se haya guardado el material inédito en la bóveda y que, con la tecnología de punta de hoy, haya quedado en semejantes condiciones para ser apreciado en pantalla grande, con un sonido supersónico e imágenes crudas y coloridas sobrevivientes a las marcas del tiempo.

Como se recalca en un momento, el escenario era estático y los miembros de Oasis también lo eran en su actitud, solo estaban ahí haciendo su trabajo, tocando con autenticidad la fibra sensorial de miles de personas a partir de melodías colosales de rock and roll. Cuando se intercalan fragmentos del setlist como ''Columbia'', ''Acquiesce'', ''Slide Away'',''Wonderwall'' o ''Champagne Supernova'' (con el toque maestro de John Squire como invitado sorpresa) es entendible cómo hoy pasaron a la categoría de clásicos y porqué -tres décadas y una separación más tarde- el público se sigue renovando. La explicación está en que las buenas canciones nunca mueren y encontrarlas por estos días es como hallar agua en medio del desierto. 

Para los afortunados en presenciarlo que saben lo que significó, el registro es la evocación a una época dorada y el disparador de una lluvia (literal) de recuerdos. Para el resto de los mortales que quisieran haber estado ahí, un momento experimentado a distancia que dudosamente vuelva a repetirse pero que, mediante este documental, encuentra una forma de vivir para siempre. Fue el momento antes de que Oasis sembrara una legión de bandas con su mismo sello y antes que ellos mismos empezaran a sonar como Oasis. Quizás el punto más álgido en que, como indican en Supersonic, podrían haberse retirado con gracia y mucha altura justo a tiempo.






Otros films y documentales similares para ver:

Creation Stories (2021) - Nick Moran
Oasis: Supersonic (2018) -  Mat Whitecross
Oasis: There and Then (1996) - Dick Carruthers, Szaszy
Oasis: Familiar to millions (2000) - Dick Caruthers
Liam Gallagher: As It Was (2019) - Gavin Fitzgerald, Charlie Lightening
Woodstock (1970) - Michael Wadleigh

sábado, 11 de septiembre de 2021

El 9/11 se llevó a mi chica, la inocencia

      Ph: Andrew Lichtenstein Corbis 

Cada aproximadamente 20 años suelen darse acontecimientos históricos que cambian el curso del mundo y el espíritu y mentalidad de una era. Crisis de impacto global que vienen a desafiar la dinámica dominante para instalar nuevas reglas. Recién con la perspectiva del tiempo se podrá comprender o intentar explicarlos pero mientras ocurren, sobrevuela un estado mixto de confusión, alarma y conspiranoia. Hechos en los que todos recordamos dónde estábamos, qué hacíamos y cómo reaccionamos ante las noticias. Desde el asesinato de John F. Kennedy y la llegada del hombre a la Luna hasta la Guerra de Vietnam y los Gobiernos de facto en Sudamérica.

De los más recientes que nos tocaron vivenciar: la Caída del Muro de Berlín (1989) con el fin del socialismo soviético, el ataque al World Trade Center (2001) y, ahora, la pandemia mundial a raíz del co-vid19 en un panorama de (¿sobre o des?)información en el que los agentes patógenos conviven con fake news, memes, hilos catedráticos de Twitter e influencers, otros gérmenes que se incuban desde la virtualidad, donde cada quien predica a barbijo quitado su verdad sin medir la viralidad de sus actos. Pero, dado que estamos transitando un momento en la historia sin precedentes, quizás es muy pronto para conclusiones. Mejor detenerse en lo anterior: la caída de las Torres Gemelas, aquel inolvidable 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.

      Ph: Captura de tres momentos históricos en Timeline, el libro retrospectivo del videasta Douglas Gordon

 En palabras de la escritora y poeta Malén Denis, ''ese día dos aviones chocaron contra dos de los edificios más importantes de una ciudad que alberga a millones de personas de orígenes y creencias distintas. Ese día, dos torres de hierro se derritieron frente a los ojos del mundo y miles de personas no volvieron a sus casas. Pero lo más importante: el mensaje fue televisado, como una advertencia''. La cobertura in situ, una primicia que se anticipó a la era del live streaming, cambiaría para siempre el tratamiento de las noticias y la relación entre comunicación y audiencia, presentando un límite difuso entre lo informativo/sensacionalista, realidad/ficción, tragedia/espectáculo, casi una mise-en-scène digna de Hollywood.


Ph: David Surowiecki 
      Ph: Kelly Price | Stan Honda 

   Ph: Richard Drew | Isabel Daser Bessler 

      Ph: José Jimenez

 La gente caminaba desconcertada en pánico buscando a sus familiares entre medio de objetos desperdigados escapando de una gran nube de hollín.
La ciudad estaba colapsada: las líneas de comunicación se encontraban averiadas porque una de las torres que daba conectividad telefónica operaba desde el WTC, los servicios habían sido cortados en gran parte de los barrios vecinos y la frecuencia del transporte se vio afectada con suspensiones.  Pero así como varios relatos coinciden con objetividad en esta sucesión de hechos, Denis también señala que en la línea de tiempo hay aspectos silenciados que no tuvieron demasiada prensa: ''se multiplicaron los escraches y crímenes de odio hacia ciudadanos musulmanes (...) y a cualquiera que presentara rasgos asociados a medio oriente'' por ser considerados los ''nuevos enemigos ocultos''. ''La seguridad se multiplicó a una velocidad abismal no solo en aeropuertos, sino en cualquier edificio de tránsito pesado y este clima de terror sirvió para justificar todo tipo de abusos institucionales y control sobre la población. También hubo un efecto colateral en términos económicos, grandes magnates aprovecharon el éxodo de muchos ciudadanos para comprar propiedades y así monopolizar las rentas en una ciudad que ya poseía una de las tasas de alquiler más altas de la tierra. Además de estar experimentando una pérdida literal y simbólica desmedida, la crisis fue una excusa para profundizar la brecha de la desigualdad en una ciudad que ya estaba fundada de por sí en los contrastes''. 
Como tantas veces en la historia, la crisis se utilizó como oportunismo desde los sectores de poder que siempre movieron los hilos (medios - política - empresas - industria) para levantar muros físicos, ideológicos, jurídicos y económicos.  Y en esa pérdida monumental también cayeron estrepitosamente las ilusiones y una realidad que hoy parece un sueño lejano, de otro tiempo.

''Lo que cayó fue la idea de grandeza fálica, vertical, imperial (...) hay algo poético en el modo en el que se disolvió la materia, la mismísima idea del mérito y la solidez se desmoronaba dejando a su paso un polvo letal'', diría Malén en su Glitchletter. 

¿Fue 2001 el año de la caída del imperio pop que puso fin a la inocencia en la música? 

Un GIF simbólico y fascinante capturado en la instantaneidad de un mundo pre-Instagram lo sugiere. En primera plana: una publicidad del fracaso que fue el film Glitter de Mariah Carey, que tuvo el mal timing de salir en simultáneo al atentado. De fondo: las torres gemelas desmoronándose, como los días contados que quedaban en las carreras de los últimos popstars promoción 90 - 2000.    
Mientras que el universo pop intentaba maquillar la realidad con purpurina de colores, una base compacta de polvo amenazaba desde el background con cubir todo de gris. A sign of the times



Sobre este hito y tomando al hecho parte Vox Lux (2018), la segunda película de Brady Corbet. Interesante en su planteo pero defectuoso en su ejecución, el film muestra la génesis de una popstar surgida en el seno de una catástrofe que aprovecha su momento para darse a conocer masivamente, a la par que se construye en ella la metáfora de los últimos capítulos de la historia del siglo XXI.

Celeste es víctima sobreviviente de un atentado escolar cometido por un compañero de clase que luego se suicida (hasta acá el primer guiño a la Masacre de Columbine de 1999, también recreado en Elephant). En el memorial por los fallecidos, canta una canción que será televisada y se convertirá en el himno catártico de una nación. Los medios ven en ella y su relato potencial comercial y la catapultan a la fama como la Nueva Promesa Teen.

El capítulo intermedio se centra en la perversión de la industria, que la adoctrina y lava su imagen angelical para sexualizarla. Así, en un viaje a la factoría pop sueca, la vemos perder la inocencia a la par de la de USA, despidiendo su virginidad al tiempo que las noticias marcaban las pérdidas del 11/9  (segundo recorrido contemporáneo con la caída de las Torres).

El último acto, donde Natalie Portman encarna a esta diva ya adulta y consagrada, muestra la reconstrucción del personaje con actitud fría y pedante para sobrevivir al medio hostil. Ante un atentado terrorista en Croacia (otro posible guiño a la masacre de Túnez 2015) en el que los atacantes toman su identidad visual, la prensa linkea a la artista con los hechos y revierte su discurso, colocándola como catalizadora responsable por su influencia global.  La víctima deviene en victimario. Celeste zafó del impacto de la bala pero siempre va a tener incrustado en el cuerpo el recuerdo disparador del atacante y también de la mirada y presión pública.

¿La moraleja? un acto cruel y horrible puede ser devorado por el monstruo depredador del capitalismo, que siempre va a encontrar la vuelta para banalizar la profundidad de un mensaje y regurgitarlo en mercancía digerible para todo público. Y ahí el milagro del pop: nos vende el producto obviando su precio de costo y lo compramos a ojos cerrados. El escritor Mark Fisher compararía esta cualidad mutante del capitalismo con La Cosa del film de John Carpenter por ser ''una entidad infinitamente plástica, capaz de metabolizar y absorber cualquier objeto con el que tome contacto.''

La película lleva a repensar el nexo entre la violencia, la explotación perversa y la música popular. En tiempos donde no había tanta facilidad o dispositivos para registrar hechos ni lugar para el replanteo o deconstrucción, en la industria del show business era moneda corriente que productores, managers o músicos aprovecharan su posición de poder para abusar de artistas menores y que no trascendiera hasta mucho después (caso Aaliyah con R. Kelly, Ke$ha y Dr. Luke o yendo al campo del cine, las actrices que denunciaron al magnate Harvey Weinstein). 
Otra forma de perpetuar abuso se vio con los momagers & dadagers que explotaron la carrera de sus hijos para inflar sus cuentas bancarias, destronándoles la infancia hacia un mental breakdown y privándoles el acceso a las ganancias (Mapa a las Estrellas de David Cronenberg lo muestra bastante bien pero para una bajada más real basta con los casos Bieber, hermanos Carter, familia Jackson, Macaulay Culkin y, párrafo aparte, Britney Spears, que luego de varios llamados de atención y citas en el estrado ¿logró? emanciparse contra la tutela legal de su padre, apoyada por el movimiento #FreeBritney). Dos videoclips por aquel entonces anticipaban con frivolidad e iconografía pop (claro, ¿cómo iba a ser de otra manera?) el costado oscuro y secreto que la America's sweetheart guardaba bajo la alfombra (en ''Lucky'' y ''Everytime'') y que más tarde saldría a flote cuando se rapó frente a los paparazzis y destrozó los vidrios del auto de un fotógrafo en el downward spiral de su carrera.



Pero el ejemplo más gráfico y extremo en relación a Vox Lux es el atentado de 2017 en el Manchester Arena en el que, llegando al fin de un show de Ariana Grande, un terrorista suicida detonó una bomba que se llevó la vida de 22 menores de edad. Tiempo después del concierto benéfico One Love en apoyo a los afectados, a modo de ejercicio terapéutico, la cantante tomó el episodio como disparador del single poptimista ''No Tears Left To Cry'', co-compuesto junto a Max Martin, el artífice Scandi-pop capaz de transformar la paja en oro.  

Estos y otros tristes episodios de conocimiento popular, sumado a nuevos conflictos surgidos por el advenimiento de las redes sociales como la falta privacidad, la necesidad de exposición, la quema de etapas y los trastornos de ansiedad e inseguridades fueron los escombros que socavaron la inocencia que aún se asomaba, colocando a las nuevas generaciones en una adultez forzada, en un cuadro de insatisfacción sin grandes referentes, expectativas, credulidad ni capacidad de asombro. La mayor parte de los sub 20 de hoy no considera ni vive como un problema la inexistencia de alternativas al capitalismo, ya que está blanqueado que existirá en el horizonte de lo pensable como parte del destino. La Gen Z nació en un contexto de apps que resuelven hasta las necesidades que no hay, donde todo es googleable y el acceso a la información está libre al alcance de un teléfono, donde su ventana al mundo es a través de la computadora para navegar en un no-lugar que la saque del tedio. Fisher señala que en estos adolescentes la dislexia devino en poslexia: vienen dotados de una capacidad para procesar la densidad de imagen del capital infinitamente superior a la necesidad de leer, persiguiendo únicamente el placer de lo inmediato.
''Nos enfrentamos con una generación que se acunó en esa cultura rápida, ahistórica y antimnemónica, una generación para la cual el tiempo siempre vino cortado en microrodajas digitales predigeridas''.

Como ocurre con otras disfunciones del capitalismo, el medioambiente informático y la super-saturación de estímulos que disputan el interés favorecen la desconcentración, la incapacidad de focalizar y el aburrimiento, que en palabras del crítico y ensayista Simon Reynolds ''hoy no es por hambre ni por respuesta a la privación; sino por una pérdida de apetito cultural, como respuesta al exceso de reclamos sobre nuestra atención y tiempo''.
El arte perdió el poder directo que tenía de dominar la atención para cedérsela a la audiencia mediante dispositivos, intermediarios que obstaculizan e interrumpen la fluidez de una experiencia. 

Aún así, cuando la visión, inteligencia y herramientas tecnológicas a disposición de la humanidad avanzan de forma galopante hacia el futuro, resulta llamativo que los consumos culturales tengan tanta dificultad para renovarse y se repitan apelando a la nostalgia de viejas glorias pasadas. 
En vez de ser un umbral hacia el futuro, los primeros diez años del siglo XXI resultaron ser una década ''re'' (o, citando a Roxy Music, un ''Re-make / Re-model''), con revivals, reediciones, remakes y reuniones.

El autor de Retromanía argumentaría que ''los 2000 se limitaron a  reproducir muchas de las décadas anteriores al unísono: una simultaneidad temporal del pop que termina por abolir la historia e impide que el presente se perciba a sí mismo como una época dotada de identidad y sensibilidad propias y distintivas.''  Para su colega Fisher, parte del problema y la falta de renovación vienen por el cinismo y el miedo,  que ''no incentivan el pensamiento valiente o los saltos esperanzados, sino la conformidad y el culto de la variación mínima, la distribución de contenidos que se parecen muy de cerca a los que ya fueron probados exitosos''.

Entonces ¿realmente hubo vida cultural después de 2001 o fue el punto de inflexión en la historia a partir del que se empezó a mirar hacia atrás? ¿Puede ser que ya no haya rupturas y que la experiencia del ''shock de lo nuevo'' haya quedado definitivamente atrás?
¿Puede funcionar el capitalismo  sin tener algo ajeno y subversivo a lo que colonizar o apropiarse? No parece factible desde la postura de T.S Eliot, para quien ''la tradición pierde sentido una vez que nada la desafía o modifica. Una cultura que solo se preserva no es cultura en absoluto.'' A lo que  Fisher añade que la esperanza del ''mesianismo débil'', de que existe algo nuevo por venir, está decayendo frente a la convicción de que no hay nada nuevo que pueda ocurrir nunca más. 
''El foco se mueve entonces de la Próxima Cosa Importante a la Última Cosa Importante. ¿Y cuándo fue que ocurrió exactamente? ¿Qué tan importante era?''

Según el teórico británico, el último grito genuino que se escuchó en la industria vino del víctima de Kurt Cobain con Nirvana.  ''En su lasitud espantosa y su furia sin objeto, Cobain parecía dar voz a la depresión colectiva de la generación que había llegado después del fin de la historia, cuyos movimientos ya estaban todos anticipados, rastreados, vendidos y comprados de antemano. Cobain sabía que él no era nada más que una pieza adicional en el espectáculo, que nada le va mejor a MTV que una protesta contra MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo esto incluso era un cliché. (...)
En estas condiciones incluso el éxito es una forma del fracaso, dado que solo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar. Pero la angustia fuertemente existencial de Nirvana y Cobain, sin embargo, corresponde a un momento anterior al nuestro y lo que vino después de ellos no 
fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna.
La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista'' fundamentaría el crítico cultural. A lo que su colega Reynolds reafirma, admitiendo que la sensibilidad retro que sigue a lo original ''no tiende a idealizar ni sentimentalizar el pasado, sino que busca que éste la divierta y fascine'' bajo un enfoque irónico y ecléctico.

Esta época encuentra sinónimos para referirse al arte que devalúan su condición, nivelándolo hacia abajo.  Los artistas de oficio pasaron a llamarse creadores de contenido, la venta de discos y el éxito hoy se mide en plays, views o seguidores en plataformas, los rolemodels de opinión se convirtieron en influencers y el espacio publicitario pasó a tener más peso en social media que en antiguos formadores como la TV, revistas o radio. ¡Hasta los 15 minutos de fama a los que alguna vez se refirió Warhol se acortaron en la carrera contra el tiempo durando lo que un reel, story o tweet!

Por supuesto que el talento extraordinario existe y puede estar esperando a ser descubierto a la vuelta de la esquina, pero lo que cambió es la industria y el mundo en que funciona. Mientras en los '70 y '80 el negocio discográfico vivió una bonanza y despilfarro económico, hoy le da la espalda a nuevas apuestas y retiró el capital destinado a buscar buenas semillas, plantarlas, preparar el terreno y ver crecer sus frutos. 

Sobre estos cambios de paradigma en la cultura pop actual, Reynolds señalaría que son un reflejo de que gran parte de la economía Occidental haya dejado de basarse en la producción. Así como las formas musicales anteriores fueron creadas en contextos de producción laboral (como Motown en función de la industria automotriz de Detroit, la música industrial con el paisaje fabril al Norte de Inglaterra o el blues de los campos algodoneros en Mississippi), el pop post-producido actual es más oficinista, implica otras capacidades cognitivas que rompen con el orden y estética trabajadora de la música negra o sus derivados, donde había otra formación, necesidad expresiva, discurso y corporalidad involucradas.
Con la caída de la economía global, estos productos innovadores pasaron a generar riquezas simplemente a partir de la resignificación de la información y así fue como la música también fue siendo vaciada de sentido, magia, contexto social, misterio y hasta de su propia profundidad histórica.
No es casual que el nuevo modelo de negocios hoy especule con promesas de aire que aún ''no se ven'' cuyo éxito solo existe estadísticamente en la esfera digital mientras crecen las criptoeconomías y esperamos que estalle una burbuja financiera y cultural que marque el boom hacia una nueva era.

En esta serie de cambios que trajo el nuevo milenio, tampoco el público y sus hábitos son los mismos: ante tanta oferta coexistiendo, la actitud es más apática y menos demandante, como en un tenedor libre, donde se pica de todo en el mismo plato: abundan los sabores pero no hay gusto ni presencia fuerte de nada.  Sobre este modo shuffle de consumo alimentado por algoritmos, Reynolds pronunciaría: ''al eliminar la necesidad de elegir y no obstante garantizar familiaridad, nos alivian de la carga del deseo. Y eso es lo que proponen todas estas tecnologías de la era de la música digital: pop sin fandom. Esta es exactamente la clase de consumidor que prefiere la industria de la música -omnívoro, que no toma partido, ecléctico y promiscuo, indolentemente a la deriva en el mar del sonido reducido a mercancía-''.
 
Los tiempos de íconos que vendían ideales, estilo y visión creativa con un carisma singular son cosa del pasado, un mito que ayudaba a sobrellevar los días de lentitud e ignorancia con expectativas idealistas.
Hoy el medio es el mensaje y al estar tan congestionado y procesado, perdió pureza, inocencia, crudeza y brutalidad en su intención. Por eso la pérdida de las pocas figuras de antaño aún activas resuena y se lamenta tanto.  En una senda similar, el formato físico también está experimentando su lento deceso con shows por streaming, podcasts virtuales que dejaron de funcionar en radios, medios web que suplantan a revistas impresas o discos y films que se editan directamente en digital.

Las ventas cayeron a pique a la par de las Torres en una industria que se fue adaptando y cambiando las reglas del juego. Y aunque exista un fetichismo por ponerle freno y resistencia al progreso tecnológico con el aferro a viejos formatos analógicos (LP, CD, K7, VHS) que ofrecen un modo más puro, gregario y contemplativo de escucha, jamás volverán a ser masivos como lo fueron ni van a detener la incesante obsolescencia que marca el ritmo del consumo actual.
La copia física que se podía tener y almacenar fue desplazada por un formato digital comprimido de información acumulable (mp3) e intercambiable que se podía transportar y que ahora solo existe en el espacio cibernético como códigos ISCR. 
¿Todo lo sólido o tangible se desvanece en el aire? Así parece, y lo hace en una extraña y paradójica combinación entre velocidad y parálisis, como lo atestiguan estas dos últimas décadas, en las que no pasó nada y pasó de todo al mismo tiempo.

El 11/9 varios fundamentos y principios sólidos en nuestra existencia se desplomaron en el aire, planteando el quiebre entre un viejo mundo en el que crecimos y nos era familiar y otro posterior en el que estamos envejeciendo y cada vez nos resulta más ajeno. La inocencia interrumpida. Desde aquel entonces quedó un vacío importante en la espacialidad, la memoria y cultura. 
Pasar por el Memorial bordeando la Ground Zero es una experiencia fuerte en la que se siente y nota la ausencia. Lejos de cubrirla, donde estaban los picos gemelos persisten dos agujeros cuadrados rodeados de placas con los nombres de las víctimas, que a su vez dan a un pozo al vacío aún más profundo en el que cae agua continuamente. Algo parecido sucede con el pop: hoy está planteado como un set de atracción turística para visitantes que buscan algo que ya no está ahí. Basta con recorrer la escena para ver a través de sus ruinas o réplicas lo que alguna vez fue un escenario original e imponente: un pilar de bases sólidas que a gran altura se destacaba como landmark en el horizonte. 

El hoyo queda en ambos casos dejando un silencio sepulcral y, sobretodo, un gran interrogante.
Quizás, de tener que traducir lo más cercano a la depresión y caída de estos símbolos, las cintas Disintegration Loops que William Basinski archivaba en los '80 y digitalizó en un intento de embalsamar su arte junto a sus filmaciones del 11-S, son la pieza más representativa del colapso y desolación que quedaron. Una repetición en bucle que lentamente se va degradando entre la vida y muerte de la melodía hasta perder su forma para desaparecer en el ocaso.


   




 Ph: De mi álbum de viaje personal 

  




Playlist con lo que sonaba en el aire:

        

Documentales y películas complementarias para ver:

Vox Lux (2018) - Brady Corbet
United 93 (2006) - Paul Greengrass
9/11 (2002) - James Hanlon, Gédéon Naudet & Jules Naudet
Fahrenheit 9/11 (2004) - Michael Moore
The Man Who Knew (2002) - Frontline
102 Minutes That Changed America (2008) - Nicole Rittenmeyer & Seth Skundrick
Turning Point 9/11 and the War on Terror (2021) - Brian Knappenberger - Netflix
9/11: One Day in America (2021) - Daniel Bogado -Nat Geo
NYC Epicenters: 9/11 - 2021 1/2 (2021) - Spike Lee - HBO
9/11: Inside the President’s War Room (2021) - Adam Wishart - Apple TV


Bibliografía temática:

Mark Fisher - Realismo capitalista ¿no hay alternativa? (2017) - Caja Negra
Simon Reynolds - Retromanía: la adicción del pop a su propio pasado (2012) - Caja Negra
Walter Graziano - Hitler ganó la guerra (2004) - Editorial Sudamericana
Francis Fukuyama - La Gran Ruptura (1999) - Atlántida
Douglas Gordon - Timeline (2006) - The Museum of Modern Art