No hace falta recorrer muchas cuadras para encontrarse con una situación cada vez más frecuente: la de edificios y casas históricas en vías de extinción perimetrados por vallados de los que asoman las placas de la firma constructora o estudio que va a renovar su fachada para convertirlos en un nuevo proyecto habitacional.
Si de polvo venimos y en polvo nos convertimos, otras propiedades directamente hoy se reducen a escombros y dejan en el espacio vacante un interrogante. Una vez que desaparecen se cobra noción real de su vacío y dimensión física a través de las marcas: ya sin las paredes delimitantes de Durlock, quedan restos de color que dan idea de quiénes vivieron: ancianos viudos o jubilados en ambientes enmohecidos o con empapelados desgastados, adultos en pareja o separados, niños que crecieron dejando su huella hasta independizarse y la altura que alcanzaban los ambientes y vivienda: el esqueleto desnudo de una estructura contenedora de historias que serán demolidas y sepultadas bajo otras venideras. (Algo de esto se explora de forma desoladora en la película A Ghost Story (2017) y queda testificado impresionantemente en los posteos de Urban Scar, Argentina Demolida y Basta de Demoler BA, que llevan registro exhaustivo de todo el patrimonio arquitectónico perdido en la última década).
Esta tendencia se ve en los barrios más residenciales de Capital Federal y ahora en el Gran Buenos Aires, fomentada por el fenómeno de la gentrificación. Así se explica cómo mientras a comienzos de los 90 Palermo era una zona obrera de talleres y galpones, a fines de la década y comienzos de los 2000 experimentó un boom artístico por un circuito de diseño con amplia oferta de entretenimiento nocturno como polo gastronómico y de coctelería, potenciando su revalorización comercial en función de intereses inmobiliarios. Lo que en un momento fue simplemente ''Palermo Viejo'' llegó a dividirse en subcategorías como Hollywood, Bronx, Soho y hasta ''Sensible'' o ''Freud''.
Algo similar sucedió con Puerto Madero, que modificó su estructura portuaria como recinto de oficinas, cadenas hoteleras y comercios, lo que derivó en un crecimiento de zonas aledañas como San Telmo, Barracas y La Boca, que, con intervención estatal, se posicionaron como áreas de atractivo turístico incorporando a su geografía museos, sitios de interés cultural, la explotación del imaginario tanguero y el reciclaje de viejas viviendas o conventillos que hoy sirven de lofts de diseñadores, ateliers de artistas o negocios exclusivos.
Actualmente la movida se viene desplazando hacia la Zona Norte del conurbano y barrios de CABA, especialmente a Vicente López, Saavedra, Colegiales y Chacarita, donde se instalaron varias productoras y empresas con el afán de descentralizar la actividad, favoreciendo la población de zonas residenciales lejanas al caos y la contaminación metropolitana.
¿Qué rol vienen a jugar, entonces, las reformas urbanas? Como punto positivo vendrían a mejorar y embellecer el barrio, incorporándolo en el mapa y restaurando espacios en desidia como plazas abandonadas, creando conciencia de cuidado y cierto sentido de seguridad circulatoria, confirmando lo que dice la Teoría de las ventanas rotas de James Wilson y George Kelling. Como contrapartida negativa, la puesta en valor del entorno trae una “limpieza social” en la que el tejido urbano deja de ser comunitario y heterogéneo. La plusvalía urbana modifica la composición demográfica y genera una fractura social: cambian los residentes, cambia el espíritu del barrio y, por ende, la forma de percibirse en relación al otro. La suba del metro cuadrado y el aumento del costo de vida muchas veces resultan factores insostenibles para los vecinos más humildes que vivían originalmente, que se ven forzados a migrar a zonas periféricas o alejadas (eso sí: el decorado pop por el que se conoce al barrio no se mancha y queda, aunque su gente se vaya).
El caso más extremo se ve en los proyectos de urbanización en barrios privados cerrados como Nordelta, que viven literalmente fragmentados por cercos o alambres de púa, vigilancia 24/7, monitoreo por cámaras y casas con sistema de alarma en donde el intercambio con el afuera (más que para salir a trabajar o hacer compras), es casi nulo y autosuficiente, sin relación con la otredad y el exterior. (La escritora argentina Claudia Piñeiro describe muy bien este hermetismo de los countries en su libro Las Viudas de Los Jueves).
Esta es una señal de alarma porque históricamente Buenos Aires siempre fue un crisol de culturas, una ciudad con heterogeneidad poblacional y urbanística. Citando la introducción del film Medianeras (2011), “crece descontrolada e imperfecta, superpoblada en un país desierto donde se yerguen edificios sin ningún criterio (...) Probablemente estas irregularidades reflejan nuestra identidad perfectamente”. Lo preocupante es que las construcciones con mira al futuro no parecen augurar variedad colectiva, sino que también van camino a hermanar el paisaje con construcciones bastante impersonales que, partiendo de unos minúsculos 18 m2, pretenden cubrir todas las necesidades funcionales y requisitos de confort.
La tendencia que predomina son balcones de barrotes frágiles comercializados erróneamente como estilo francés, una arquitectura brutalista apreciada por los amantes de lo minimal que roza lo básico y desentona con el código urbanístico barrial y pisos que se erigen a gran altura sobre terrenos baldíos o pulmones de manzana, el poco espacio verde aún vírgen.
Todo esto en un mundo cada vez más chico y fragmentado. Como analiza el libro Ciudad Carcelaria, “es como si la Argentina, con su pueblo patiero, asadero, extrovertido y callejero, se hubiera achicado hasta casi desaparecer, al menos en la planificación de la mayor de sus manifestaciones urbanas, que es justamente esta ciudad, Buenos Aires, reina de un río al que ya ni mira”.
Las transformaciones territoriales que atravesó el AMBA comenzaron a visualizarse en la dictadura cívico-militar y se potenciaron en el contexto neoliberal, más precisamente durante la década menemista, que impuso como modelo económico el agotamiento de fondos estatales, la privatización de servicios y empresas públicas, el movimiento de capitales y el librecomercio con apertura al mercado externo, debilitando la industria nacional y presentando a Argentina como tierra fértil para la inversión de capital extranjero.
Los años de gestión macrista, tanto en el Gobierno de la Ciudad como en la Presidencia de la Nación, no fueron ajenos a estas decisiones. Se han apropiado y utilizado terrenos públicos para emprendimientos privados (el caso en jaque más amenazante es el de la Costanera Norte), actualmente se están demoliendo más edificios patrimoniales que nunca (aún cuando están protegidos se los desafecta), se cercaron plazas, tumbaron arboledas y tomaron medidas de diseño hostil que convierten a los espacios en superficies cada vez menos habitables, humanas y hospitalarias, pensadas para una utilización cortoplacista que restrinja la libertad. Esto último encuentra referencia directa en el mobiliario expulsivo importado desde Europa, que decide a quién la ciudad le muestra su costado más amable y a quién le resulta incómoda e inhabitable, apartando e invisibilizando la marginalidad de lugares selectivos. En nombre del diseño se justificaron las peores atrocidades a través de materiales, texturas poco nobles y colores grisáceos o pálidos que atenúan los sentidos, disciplinan el comportamiento y no invitan a mirar, tocar ni interactuar con el otro ni con la ciudad.
¿Ejemplos? Sobran. Los famosos sillones BKF 2000 de cemento o bancos tapizados de capitoné que parecen mullidos y son de hormigón, bancos largos de plaza sin respaldo, con apoyabrazos intermedios o en materiales metálicos conductores del calor o frío para evitar que los indigentes duerman encima, escalones, entradas o alféizares con pinches o picos para que la gente no se siente u ocupe el espacio, bolardos con forma de municiones de plomo y, yendo al extremo de la antipatía, la prueba piloto que fueron los contenedores “inteligentes” de basura, a los que solo los vecinos y comerciantes de la cuadra podían acceder con tarjeta magnética para evitar que los residuos terminen desperdigados o en manos de cartoneros, recicladores y familias en situación de calle.
(Está claro que un mobiliario más confortable no va a resolver el problema habitacional de la gente sin recursos pero el costo millonario destinado en obras y publicidad, bien podría apuntar a soluciones concretas que favorezcan otra integración y oportunidades. En Vancouver, por ejemplo, se creó un modelo de banco que en caso de lluvia permite desplegar un respaldo con cubrimiento y protección a quien pase la noche ahí
“La ultra pobreza no se quiere ver. Cuando un sin techo se acerca a un barrio rico para conseguir comida, dinero o para pasar el día, parece que el estigma se extiende hacia toda la ciudad, como si estuviera toda empobrecida”, apunta el sociólogo Jorge Sequera. “Y esto choca con los proyectos de aprovechamiento turístico y comercial de muchas ciudades. En los centros históricos muy visitados, los sin hogar, vendedores ambulantes y manteros parecen elementos hostiles ante el cliente que quiere pasear, comprar y no toparse con una realidad social dura, que está ahí”.
Claro que después estas medidas polémicas intentan ser contrarrestadas con cinismo por otras formas de inclusión y participación ciudadana como las Ferias Agroecológicas, el EcoParque, el plan de reciclaje Ciudad Verde, los caniles, permisos para transportar mascotas en subte, Bs As Celebra Las Regiones y otros ejemplos más amigables de sugerir que “en todo estas vos”, aunque lejos esté de serlo porque “vos” no significa “todos”.
Acerca de esta contradicción entre depredación y cuidado ambiental, Sorín mencionaría: “está de moda hablar de lo ecológico, aunque seguramente no es lo que ellos piensan y la Ciudad Verde no existe, es una mentira, sólo es el color verde con el que pintan algunas cosas” (...) “dicen que aumentaron los espacios verdes, pero contabilizan un boulevard y el jardín del medio con dos pedazos de pasto y hasta te pueden contar esos macetones espantosos de las esquinas”.
Las autoridades hacen enfoque obsesivo en lo externo mientras se niegan obstinadamente a mirar hacia adentro para hacer los ajustes que podrían permitirnos no erradicar el problema pero sí coexistir con él de forma más equitativa.
Mientras cotidianamente se demuele arquitectura patrimonial protegida que GCBA desafecta como tal, la Legislatura realizará audiencia pública el 22/02 por protección como patrimonio histórico cultural el jardín vertical BA al lado del Obelisco.¿Cínico no? pic.twitter.com/Hgph5NRXFn— P a i s a j e a n t e (@paisajeante) January 27, 2021
Estas cuestiones dejan unos cuántos interrogantes abiertos para pensar:
¿Hasta cuándo vamos a tolerar que las entidades gubernamentales desprotejan los inmuebles y colonicen su dominio sobre el valor patrimonial de las propiedades?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que arrasen como topadoras con el derecho al goce de un espacio público?
La cantidad de edificaciones que se alzan, ¿es proporcional a las posibilidades de acceso a la vivienda de un habitante promedio?
¿Hasta cuándo el cemento va a cotizar
más que el verde y - citando al arquitecto Rodolfo Livingston - para la
política va a continuar siendo sinónimo de progreso cuando éste se
debería medir por la calidad de vida?
¿Hasta cuándo quieren seguir
persuadiéndonos y disfrazando a los negociados inmobiliarios de avances
urbanísticos?
Ante un país castigado por crisis inflacionarias, alta tasa de desempleo y pobreza, endeudamiento, emergencia habitacional y ahora una pandemia que paralizó la economía, ¿cuál es el propósito que su mobiliario nos recuerde el malestar y la sensación de agobio y encierro? Cómo ciudadanos, ¿cometimos alguna falta para que las políticas públicas tengan ese destrato hacia nosotros?
En tiempos de individualismo y desconexión ¿cómo se refuerzan los lazos si los espacios para generar sociabilidad como plazas y parques no fomentan desde sus instalaciones el encuentro?
Si ''la casa es donde está el corazón'' pero el corazón no tiene dónde sentirse cómodo, ¿se puede seguir llamando realmente casa?
Sin tener que recurrir a fotos de
archivo o libros, ¿podremos recordar en los próximos años nuestro hogar e
identidad y la de nuestros antepasados con esta destrucción despiadada que se está
haciendo a la memoria e historia?