Interrtumpo la actividad de este blog por un mensaje y motivo
especial...
Ayer, sin poder dormir en pleno insomnio me puse a pensar de dónde venía
mi gusto por las artes. Pronto recordé que el origen o mi primer acercamiento
genuino tuvo lugar en una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes de
Chagall adaptada para chicos, con guía y todo. Carburando recordé una serie de
cosas: dibujar en el colegio y que ni los docentes ni mis compañeros creyeran
que lo había hecho yo (pensando que calcaba y no que era una buena observadora
detallista y obsesiva), mi llanto y el de mi hermano largo y tendido al ver
Cinema Paradiso a una muy corta edad (ese film le valió a él por casi toda una
vida el apodo de 'Toto'), a los 6 años ir a piano (aunque el intento
salió fallido doblemente por las profesoras que tuve), a los 10 años asistir a
un taller de cerámica, pintura y fotografía los Viernes (en donde también me
juntaba con otra gente y hablábamos del colegio y la música (en ese momento del
pop masivo, con Spice Girls, boybands y Hanson a la cabeza, pero al mismo
tiempo escuchar en casa a Annie Lennox o a Kravitz).
Ahí no íbamos a hacer ceniceros comunes con bolitas
pegadas como los que se hacían en el colegio (sin desmerecerlo), nos daban más
técnica y nos incentivaban a que hiciéramos cosas más complejas.
Recuerdo también a mi viejo poniendo discos en CD (ya no en vinilo) a
todo volúmen y verlo gesticulando como si cantara o tocara la batería y yo y mi
hermano tapándonos los oídos de lo fuerte que estaba pero al mismo tiempo
conociendo canciones que marcaron nuestras vidas. Sonaba mucho Queen, The Cure,
los Stones, Elton John, The Police, Miles, Simply Red.
En mi primer viaje sola a Entre Ríos con el colegio (también a los 10)
me regalaron (o tomé más que prestado) un walkman al que lo llené de stickers y en el
que escuchaba de todo, especialmente canciones grabadas de la radio con el
minicomponente más berreta de todos, tratando de engancharlas enteras y no
pisar la molesta voz de los locutores.
Por suerte algunas amigas de la primaria tenían hermanas mayores y eso
hacía que conociera 'nuevos grupos' que ya existían pero que para mí eran un
hallazgo (Blur, Oasis, Suede, Elastica, Roxette).
Tiempo más tarde ya para los 12/13 años, era la encargada de musicalizar
asaltos (traducción: fiestas pre-adolescentes que sevían para romper el hilo con el sexo opuesto y bailar 'lentos'). Como no me gustaba bailar y me daba pudor tener que hacerlo con algún
chico (sumado a que mucho no me sacaban entre las filas por ser 'la jirafa'
o 'tener pelo cortito tipo varón') me ponía a manejar la música para que
todos se divirtieran cuando me permitían tomar las riendas del equipo (hacía
enganches, pero era más molesta que Johnny Allon, vivía 'cambiando la música').
Llevaba una caja de zapatos forrada con cientos de stickers y figuritas de
músicos donde adentro estaban mis mayores tesoros: los álbums.
Falta agregar a todo esto que cerca de casa tenía un lugar de revistas
rebajadas de precio y que ahí compraba Madhouse, Rolling Stone y algunos pocos
números de Inrockuptibles, que entretenían gran parte de mi tiempo y me iban
informando paralelamente.
Recuerdo
también la hora de la comida, en que mis viejos casi nunca pero
NUNCA querían que viéramos televisión. Comíamos en un desayunador mirándonos
las caras, charlando sobre nuestro día y debatiendo cosas.
Me
prohibieron casi explícitamente ver a Tinelli porque se reía socarronamente de
los demás (lo mejor que podrían haber hecho) y en su lugar optaban por elegir
un tema de conversación y desarrollarlo en la mesa.Aún hoy sigue siendo así por
partes separadas, aunque estén divorciados. Cuando nos vemos hacemos
sobremesa de 1 o 2 horas charlando del mundo, de política, de datos
musicales, de arquitectura o simplemente chimentos gossiperos.
Pronto entré en el Nacional de San Isidro y ya fue más común el acercamiento al arte: según recuerdos de algunas personas fui una de las pioneras en expandir la piratería por las aulas (tenía una copiadora de CDs, Napster e Imesh, un tío genio en computación que me acercaba a las tendencias tecnológicas y la necesidad de hacerle llegar a algunos pocos los sonidos que me parecían de buena calidad, grabando compilados).
Nos íbamos pasando discos, o K7s (todavía de moda en aquel entonces), recuerdo a mis 13 años escuchar mucho rock alterno local: Loquero, Ubika, Fun People, El Otro Yo, Juana
Así empezaron los primeros recitales. Lugares y/o puntos de
encuentro con gente más grande. Ya a esa edad si fichábamos a alguien no era a
nuestros compañeros, sino a chicos tres o cuatro años más grandes. Veía los
nombres de bandas a las que no conocía escritos en sus mochilas con liquid paper y, casi como
un deber, mi curiosidad me llevaba directamente a bajar su música en casa, en
un intento de averiguar más de esas personas, acercándome al sexo opuesto a
través de la música.
Ahí
también (insisto y me pongo pesada con mi fanatismo) surge la importancia de
las letras de PULP, Lennon o Bob Dylan sin ir mas lejos, que retratan todas
esas cuestiones adolescente-adulto por las que uno transita (baja autoestima,
altas expectativas con respecto a encontrar al ideal amoroso,angustias
existenciales, demonios internos que combatir, sentirse inadecuado o fuera de
lugar con respecto al grupo de pares, sentir que sos más grande y estas
atrapada en el cuerpo de alguien más chica, sentir que el mundo puede ser un
lugar mejor si todos ponemos esfuerzo para cambiarlo) y demás. De no ser por
encontrar en la música ese refugio creo que me hubiera costado mucho crecer,
incluso en el día de hoy. Es un espacio de contención, de terapia, un lugar al que
ir en cualquier estado en que te encuentres (triste, alegre, explosivo, pasado
de rosca).
Volviendo
a la secundaria, el colegio organizaba de vez en cuando festivales de bandas
los sábados a la tarde con sol (¿¿podía haber algo menos rockero??) y algunos
locos que preferíamos no quedarnos en casa íbamos a sentarnos al piso a
escuchar intentos de bandas muy DIY que recién se estaban iniciando con
demos, funzines, calcos y parches.
Como
electiva ya teníamos que centrarnos en un aspecto: o música o plástica. Y, dado
que en mis genes siempre tira más el arte pictórico, me fui para ese lado. Pero
la música siempre estuvo, como una manifestación subcutánea.
Ayer, después de
mucho tiempo, volví a ir a un recital con mi viejo y mi hermano, a ver a Robert
Plant. Sentí que ese vinculo pese a haber variado en el tiempo, jamás se perdió
y, una vez más tres generaciones estábamos disfrutando de algo en común que nos
unió desde siempre. Pensar estas cosas realmente me emociona. Y, en un momento
en que está tan pasado de moda por muchos decirle a sus padres cuanto los
quieren, yo quiero hacerlo con los míos.
Me
educaron más que bien, con grandes placeres que me enseñaron a disfrutar, con
ganas de investigar y con mucha información desde chica. Aunque nunca lean esto
porque no llegaron al punto de hacerse un Facebook o a vincularse demasiado con
el mundo cibernético, va mi saludo y respeto hacia ellos.
María*
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