jueves, 26 de septiembre de 2024

The Substance: cuando la adicción al éxito y belleza llevan al exterminio



Si te dijeran que hay una sustancia capaz de sacar tu mejor versión y proyectarte en tu forma y momento ideal. ¿La probarías? ¿Qué precio estarías dispuesto/a a pagar?






Las carreras que explotan la belleza y juventud son destellos de tiempo con vencimiento para la despiadada industria de Hollywood y eso bien lo sabe la instructora de videos fitness Elizabeth Sparkle (Demi Moore), o al menos su entorno se encarga de echárselo en cara con violencia. Pese a contar con un Oscar y una placa a su nombre en el Walk of Fame, nada es suficiente ni está asegurado y lo escucha de primera fuente por su jefe Harvey (Dennis Quaid) el día en que cumple 50 años, cuando la despide pidiendo un reemplazo por alguien superior que capte nuevas audiencias para el programa televisivo que lidera. También siente el impacto mientras maneja en auto y ve cómo su imagen es arrancada de un billboard luminoso. Su brillo está empezando a transitar el ocaso.








No de casualidad pero por accidente, con mucha discreción llega a sus manos la publicidad de The Substance, una fórmula inyectable diseñada por un laboratorio del mercado negro que, a través de un proceso de activación y transfusión, es capaz de darle a las personas su forma más perfecta a partir de un pinchazo de ADN. El kit, que promete ''cambiar la vida'', destaca que ''una siempre es una sola persona'' y advierte que el tratamiento de intercambio entre la nueva y vieja versión tiene que hacerse cada una semana sin excepción para que las cosas vayan bien, quedando un cuerpo comatoso y el otro consciente luego de cada dosis.
Con las advertencias dadas, Elizabeth decide probar la sustancia fluorescente y en su interior algo se rompe para dar surgimiento desde las entrañas a Sue (Margaret Qualley), el sueño húmedo del productor Harvey (¿guiño a Weinstein?), quien le da el puesto como nueva conductora del show Pump It Up. Sue representa inocencia virginal, frescura, deseo y admiración, es una chica de poster Pagsa con curvas de efectos especiales. Su magnetismo traspasa la pantalla como producto publicitario, con primerísimos planos lentos y eróticos llenos de color y gloss por los que gana popularidad y ascenso meteórico como nuevo fenómeno del canal.














Y pasa lo imaginable: en ese switch constante entre una y otra, en el pasaje de los 20 a los 50, mientras Sue es alabada por su anatomía y vive una vida y carrera galopante, la veterana Elizabeth siente el peso de los años y el miedo a quedar en el olvido, entrando en una crisis depresiva con dependencia a la sustancia, al ver que jamás va a igualar ni alcanzar sus niveles de éxito. Un infierno personal que ocurre seguido entre las cuatro paredes del baño, el campo de batalla donde la mujer suele vivir más episodios de violencia, con el espejo, sus reflejos y fantasmas como principales enemigos. 






La ambición desmedida, la adicción dopamínica y no saber retirarse a tiempo del juego dan comienzo a una serie de excesos, desbalances químicos y una guerra de egos y castigos entre las dos villanas y heroínas, donde la víctima que queda en el medio pagando las consecuencias de odio es el cuerpo, con secuelas físicas que empezarán aparecer sin preaviso. Los signos van desde rasgos de vejez y putrefacción, pinchazos intravenosos y cicatrices hasta la exposición del horror corporal más extremo y gore, con vísceras, deformaciones y un splatter de sangre inolvidable que hará ver a Carrie y la remake de Suspiria como algo inocente. 




Con este tour de force tras su debut Revenge (2017), la directora francesa Coralie Fargeat explora desde una perspectiva femenina temas como la obsolescencia corporal y sexualización en la industria del entretenimiento, las imposiciones rígidas de belleza (y el autodesprecio que puede generar no entrar en el cánon de validación masculina), el miedo a la decrepitud o la adicción a ''nuevas drogas'' modernas, que, en un plano no ficcional, bien podrían ser cirugías, cosméticos o tratamientos correctivos.


Detrás del festín carnicero y bestial de los últimos 25 minutos del film (un señalamiento in-your-face a todos los creadores de estos actos monstruosos de inseguridad), en su obra Fargeat rinde sin disimulo homenaje a maestros del cine como David Cronenberg (desde la experimentación corporal), David Lynch (con un excelente diseño sonoro y efectos visuales que merecen su oportunidad en pantalla grande) y Stanley Kubrick (desde la pulcritud de sus estilizados planos geométricos), aportando como novedad la bajada de línea a los beauty standards con riesgos interesantes y un humor muy negro. Una combinación única a la que, a diferencia de sus referentes, solo pudo llegar una mujer que atravesó y entiende estas cuestiones, aunque las exponga desde un salvajismo, erotismo y mirada viril.


 La película llega a Hollywood en un momento oportuno, con la hipérbole del grotesco estético en rostros rellenos de hialurónico y cuerpos esculpidos por el Ozempic. Aunque prometan resultados en tiempo récord, esas pócimas no prosperan la juventud eterna y, muchas veces, en señal de rechazo y maltrato, el cuerpo se purga y devuelve todo lo contrario.


En el aviso de The Substance la oferta es demasiado tentadora como para poner lupa en la letra chica: la ganancia tiene un costo. Aunque uno ''es el mismo'' durante el proceso de transformación, ya desde el momento en que decide probarlo queriendo ser otro, no es el mismo…algo se quiebra por dentro, como en el tajo en la espalda de Elizabeth o la grieta en su placa gastada de celebrity, surgida del polvo de estrella y lapidada entre el polvo de cemento y suciedad. 


La sustancia entra en el cuerpo y lo transforma a su necesidad, fagocita la materia, pensamiento y emociones hasta dejarlo sin reservas originales. Cuando no hay más, pide salir a buscar, aunque eso implique que las Cenicientas se rebajen a los peores términos…llegando a la fiesta sin carroza, en una calabaza podrida o a rastras.


Con todo lo que no menciona el comercial en off pero viene en el prospecto, aún así, ¿sigue valiendo la pena consumir la sustancia? ¿Seguirías comprándola solo por sentir un pequeño y efímero momento de placer y gloria? ¿Hace falta un pinchazo de dolor para caer en la realidad y valorar las bases y en quién nos convertimos?






Otras películas similares para ver:


Body Double (1984) - Brian de Palma

Carrie (1976) - Brian de Palma

The Fly (1986) - David Cronenberg

Dead Ringers (1988) - David Cronenberg

Crimes of the Future (2022) - David Cronenberg

Maps to the stars (2014) - David Cronenberg

Requiem for a Dream (2000) - Darren Aronofsky

All About Eve (1950) - Joseph L. Mankiewicz

The Elephant Man (1980) - David Lynch

Mulholland Drive (2001) - David Lynch 

Pearl (2022) - Ti West 

The Shining (1980) - Stanley Kubrick

Sick of Myself (2022) - Kristoffer Borgl

The Neon Demon (2016) - Nicolas Winding Refn

Nip /Tuck (2003-2010) - Ryan Murphy

Dead Alive (1992) - Peter Jackson  

Re-Animator (1985) - Stuart Gordon

Society (1989) - Brian Yuzna

Body Melt (1993) - Philip Brophy














viernes, 15 de marzo de 2024

Desde lejos no se ve: el Holocausto según Jonathan Glazer en The Zone of Interest


La Zona de Interés es la forma en que los nazis llamaban al área aledaña al Oflag u Offizier-Lager, el campo de concentración de prisioneros. Desde ese punto, y basándose libremente en la novela homónima de Martin Amis (2014), parte el último y provocativo film del director británico Jonathan Glazer.  











El comandante nazi Rudolf Höss (Christian Friedel) y su mujer Hedwig (Sandra Hüller) viven junto a sus hijos la vida de ensueño a la que siempre aspiraron bordeando los campos de exterminio en Auschwitz. Sus días transcurren en una casona lujosa en la que reciben invitados, disfrutando atardeceres bucólicos en un jardín con pileta y excursiones al río, mientras de espaldas se llevan a cabo todo tipo de atrocidades en hornos crematorios y cámaras de gas. Pronto la armonía familiar comenzará a desestabilizarse cuando el patriarca de las fuerzas militares sea ascendido y deba trasladarse por trabajo a Berlín. Su mujer se rehusará a abandonar ese bienestar y estilo de vida admitiendo el sacrificio que llevó obtenerlo y convencerá al marido que vaya solo en la misión y visite a la familia de regreso.  De ahí en más, cada uno tomará poder en su lugar: él como supervisor de operaciones y ella a la cabeza del hogar, del que se auto proclama reina. 


Hasta ahí podría tratarse de otra película más sobre Holocausto, pero…¿qué es lo que hace a Zona de Interés tan controversial y única? La forma inusual en que se posiciona para contar los hechos. Con distancia objetiva y sin caer en complicidades, el director aborda esta historia desde el ángulo perpetrador, explorando el concepto de banalidad del mal en una familia capaz de ignorar y disociarse del horror con tal de continuar su vida cotidiana.  Aunque son conscientes que existe otra realidad cruzando el alambrado, eligen no verla e ignorarla. Su único punto de conexión con el afuera es cuando algún prisionero entra a su mundo a servirlos en sus tareas domésticas o cuando Hedwig recibe atenciones de regalo como joyas o ropa costosa expropiada de mujeres judías. Y en eso el director no arma juicios de valor, sino que abre el campo de juego para que el espectador los complete desde su opinión y lectura, se haga replanteos o elabore prejuicios en base a la identificación o rechazo que le causen los personajes.  





Detrás de la fachada idílica que los Höss aparentan, todo es tan siniestro que ni hace falta evocarlo para que la atmósfera densa e intensa se apropie del aire y se sienta en el peso del cuerpo. Glazer sustrae elementos para construir una historia impactante desde la ausencia. Muestra una tragedia de forma invisible, en la que los encargados de materializarla no dejan rastros corpóreos ni sangre derramada -aunque se hayan llevado miles de vidas-.


Rota en continuidad un soundtrack horroroso de gritos, sirenas, disparos y combustión que se normaliza como música de fondo, sin que la reflexión ni arrepentimiento escarmienten en silencio.  Te encierra tras las puertas y ventanas de una casa opresiva que se protege del peligro externo cuando la amenaza vive dentro. 







Solo hay unos pocos momentos -que combinan fábula, pesadilla y ensueño- donde aparecen pequeños gestos de humanidad. Y aunque se muestren en negativo y secreto, la ofrenda de bondad es suficiente para arrojar algo de luz y exponer el reverso fotográfico de tanta maldad. Es interesante cómo el director juega con los contrastes: mostrando el interior de un hogar pulcro y seguro al que los protagonistas llaman ‘’espacio vital’’ y el afuera, que no da lugar de escape frente al exterminio.  La belleza del día celestial y la noche oscura tapada de hollín, donde lo único que ilumina es el fuego de la hoguera apagando vidas. La figura noble y paternal de Rudolf ante su familia y el oficial con temple de hierro que ejecuta un genocidio a sangre fría. Todo esto reforzado por la oposición entre imágenes poéticas y sonidos infernales que abomban y narran lo que no se ve  (por ese brillante trabajo de diseño sonoro la película se llevó un merecidísimo Oscar).
Escenas tan contradictorias y chocantes como las que se ven en el Jardín de las Delicias del Bosco.


Pero…¿hasta qué punto el humano puede vivir sin cargar con el peso de sus actos? ¿Hasta qué grado del inframundo insensible se puede descender?


La semilla moral parece germinar en el cuerpo sembrada por los hechos, cuando Rudolf va al médico y le encuentran el vientre inflamado tras recibir la orden de la Operación Höss que supervisará, una de las mayores matanzas por gaseo. También cuando, luego del brindis celebratorio por el plan de acción, se va de la fiesta de la élite militar bajando las escaleras hacia los infiernos más oscuros de su propia consciencia, con arcadas que lo tienen alcoholizado, algo asqueado de frivolidad y horrorizado por la voluntad de los actos que perpetuará con sus propias manos. Y es ahí, en uno de esos pisos bajos, donde el pasado se alinea y entra en diálogo con el presente: en el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau. Aunque Rudolf  no lo sepa, esas salas serán el lugar donde sus actos dejarán evidencia y serán juzgados e inmortalizados en la memoria colectiva. Pero también lavados de suciedad, privados de contexto y presentados en un marco de interés y atractivo cultural. Tanto para quienes hacen su trabajo de rutina restaurando la historia, como para los visitantes de museos o espectadores de la película, el impacto de tenerlos enfrente es chocante y sensible...pero los hechos de terror vienen tan normalizados a diario con las noticias de fondo, que da la sensación de que, pese a que puedan repetirse, la vida continúa, al igual que para la familia Höss. En el pasado con Auschwitz, hoy con la guerra de Israel y Gaza o el conflicto entre Rusia y Ucrania…¿mañana? ya veremos.

Mientras tanto, seguimos cuidando los límites y detalles de nuestra quinta floreada para mermar el efecto de lo que pueda estar pasando afuera, del otro lado de los propios muros que construimos.















Otras películas similares para ver:


Sobre nazismo:


La Bruja de Hitler (2022) - Virna Molina y Ernesto Ardito

The White Ribbon (2009) - Michael Haneke

La Caída (2004) - Oliver Hirschbiegel

Come and see (1985) - Elem Klimov

The Grey Zone (2001) - Tim Blake Nelson

Night and fog (1956) - Alain Resnais

Shoah (1985) - Claude Lanzmann


Sobre límites y espacialidad:


Home (2008) - Ursula Meier

Dogtooth (2009) - Yorgos Lanthimos

Dogville (2003) - Lars Von Trier


Sobre horror psicológico:


The Killing of a Sacred Deer (2017) -Yorgos Lanthimos

Antichrist (2009) - Lars Von Trier

Funny Games (1997) - Michael Haneke

Under The Skin (2013) - Jonathan Glazer

La Casa Lobo (2018) - Joaquín Cociña y Cristobal León