Ph: Soledad Aznarez
‘¿Cuántos
caminos debe recorrer un hombre antes que lo llames hombre? La respuesta, amigo
mío, está flotando en el viento’ cantaba hace lejos y hace tiempo Bob Dylan. El mismo interrogante se puede extrapolar al discípulo Nick Cave y responderse
a través de su música. Fundó The Boys Next Door en base australiana, a los que
mutó en los furiosos Birthday Party cuando se asentó en la escena post-punk de
Londres y Berlín. Batalló contra los vicios y oscuridad, salió a la superficie
con un disco luminoso durante su estadía en Brasil y sobrellevó la muerte
de un hijo haciendo catársis en la densidad de Skeleton Tree, siempre respaldado en sus soldados fieles,
los Bad Seeds. Y aunque, al igual que su música, la formación atravesó cambios
(con Warren Ellis como mano derecha y ladero firme en el lugar antes ocupado por
Blixa Bargeld y Mick Harvey), una línea argumental conecta todos estos puntos y
se sigue conservando: el salvajismo, la intensidad, las obsesiones con el amor
(o su pérdida), la muerte, las heridas en carne viva y las referencias artísticas
como marco de sus historias…todo firmado con una pluma poética y una presencia que
exuda carisma y magnetismo. Todas esas vidas abarcó y recorrió Cave para ser quien
es hoy. Y, desde que pone un pie en escena hasta que se retira cantando ‘Rings of Saturn’ lo deja en evidencia: ‘Este es
el momento, esto es exactamente para lo que nació. Esto es lo que hace y lo que
es’.
Transcurrieron más de dos décadas de su
primera visita a Argentina (con la tríada de shows en el Teatro Ópera, el
estadio Ferro y el ya extinto Dr. Jeckyll) y muchas historias de vida en el
medio, pero escucharlas y sentirlas propias tanto tiempo después hace que
todavía los sentimientos se revuelvan, se contraiga el corazón y que lo que se
creía superado siga resonando y desgarrando las entrañas. Nick representa la
voz de las almas desamparadas, marginadas o perdidas que no encontraron su lugar
en el mundo. Su voz es un grito vengativo de belleza y rebelión desesperada frente
a la crueldad, desolación, miseria y desprecio humano. Por eso ni bien comienza
a interpretar la elegía tensa y fúnebre ‘Jesus Alone’, escrita para su hijo
Arthur, cita a los fantasmas del pasado: ‘Con
mi voz te estoy llamando’ y el público lo acompaña dándole la mano. O
cuando llega el turno de ‘Higgs Boson Blues’ el estadio entra en comunión
colectiva, y él, cual pastor evangelizador, exorciza sus demonios y los de los
presentes preguntando ‘¿Podes sentir el
latido de mi corazón?’ mientras se abalanza sobre los primeros detrás de la
valla para que sientan sus pulsaciones explosivas y terminen de hacer una coda coral del tema. A poco de comenzado el show, Cave se convierte en un domador de climas
y se gana la atención y el silencio sepulcral de la gente y, nada, ni siquiera
el desperfecto técnico que obligó a interrumpir por unos minutos la marcha de ‘Magneto’,
hicieron que el foco se corriera de su imantada figura estilizada y vampiresca paseando de
un lado a otro de la pasarela, con su blanca palidez revestida en traje negro.
Esta misa sosegada e hipnótica no tarda demasiado en electrificarse y cubre
todos los géneros bajo un manto de locura y visceralidad: desde la súplica de
amor posesivo del blues noctámbulo ‘Do You Love Me?’ hasta otros dos repasos de Let Love In como la psicosis enfermiza noise de ‘Loverman’ y ‘Red Right Hand’,
con ese pulso de jazz asesino que lo acerca a crooners malditos como el Tom Waits de Rain Dogs. Pero lo que sucede en ‘From Her To Eternity’ es una
verdadera dosis de electroshock y violencia que ni la flema del punk ni el
metal más corrosivo pueden equiparar. El tema con el que Wim Wenders eligió inmortalizar el amor en Las Alas del Deseo suena brutal, desquiciado y con la urgencia
de una bomba de tiempo por explotar, con leves aires al ‘Libertango’ de Piazzolla.
Mientras Nick le pega una patada al atril y sus hojas vuelan por el aire o
revolea el pie del micrófono, atrás se
ve el epicentro que da origen a ese tornado de furia salvaje, con el chamán Warren Ellis poseído, azotando a su violín
y pedalera mientras se provocan disonancias desde los teclados, se disparan descargas
desde las cuerdas de George Vjestica y Martyn P. Casey y las percusiones de Jim
Sclavunos se encastran con los golpes del baterista Toby Dammit.
Después de la tormenta llegó la calma con
Cave haciendo un parate baladístico en compañía del piano Steinway en lo que
fue la seguidilla ‘The Ship Song’, el sentido lado B ‘Shoot Me Down’ (introducido
por la flauta del mago multiinstrumentista Ellis) y el clásico ‘Into My Arms’,
que se convirtió en un rito eclesiástico con miles de voces citando el
estribillo al unísono, un momento inevitable en que brotaron lágrimas de varios
rostros. El bloque lo terminó de cerrar ‘Girl In Amber’ con su dramatismo y
piano á lo Badalamenti, una vez más tratando de sanar las cicatrices de dolor (‘Y si queres sangrar, no respires ni una
palabra. Solo da un paso y deja que el mundo gire’).
Nuevamente volvió la tracción a sangre
con la oda al hermano perdido de Elvis y el único repaso por The Firstborn is Dead, ‘Tupelo’, y acto seguido ‘Jubilee Street’, una clase maestra in crescendo
(con pogo incluido) de cómo se puede arrebatar la tranquilidad con caos en
cuestión de minutos.
Como un predicador que tiene domesticados
a sus feligreses, Nick exigió aplausos sincronizados para ‘The Weeping Song’
mientras se bajó del escenario y, en un acto mesiánico atravesó el mar de gente
para salir a una tarima externa situada entre la platea y el campo. Y esa
cercanía y contacto se mantuvieron hasta el final del show, invitando a un buen
número de seguidores a subir a su altar para el relato asesino de ‘Stagger Lee’,
un gesto tribunero que, si bien no se desmadró, hizo que se perdiera la
efervescencia del momento, aunque no sucedió lo mismo con su rebaño de corderos
en el tema angelado y celestial ‘Push The Sky Away’.
Los bises se suceden sin mucha espera con dos repasos machacantes
por Tender Pray: ‘City Of Refuge’ y una ofrenda a los fans locales fuera de la
lista que estaba obligada a sonar, ‘The Mercy Seat’, la condena de culpabilidad
y el pedido de cabeza de un criminal que se defiende como inocente. La
ceremonia culmina con la mencionada ‘Rings of Saturn’, que recuerda quiénes
somos y el motivo por el que estamos ahí. Lo vivenciado no fue un recital sino una
comunión colectiva e íntima en la que la gente se está transformando, vibrando,
liberando sus monstruos enjaulados y brillando a la par del artista, alguien
que logró convertir por dos horas y media a un lugar gris y lejano de La
Paternal en un templo de emociones intensas, creando arte desde lo trágico y
sórdido.
En el film 20.000 Days On Earth se le
pregunta a Cave cuál es su mayor miedo, a lo que luego de pensar, él responde: ‘perder la memoria, porque el alma y la razón
de estar vivos están ligados en ella’. Podemos asegurar, querido Nick, que
tu show y prédicas de esa noche jamás se perderán en el olvido y que, como dice la
letra de Push The Sky Away, aunque ‘alguna
gente diga que es solo rock and roll, llegó directo al centro del alma’,
una vez más con sentimiento.
Txt: María Gudón
Ph: Guillermo Coluccio / Facebook / Instagram
Luciano Gertner / Web / Instagram
Albi Álvarez / Facebook
Soledad Aznarez cortesía de La Nación
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