jueves, 19 de abril de 2018

Radiohead en Tecnópolis: presente en movimiento

     Ph: Dani Strubia

Nueve años transcurrieron desde el debut de Radiohead en Argentina en el Club Ciudad, que hicieron que las expectativas crecieran a la par del paso del tiempo, al igual que la cantidad de público asistente. Fue con una fecha sold out y en el marco del Soundhearts Festival que los británicos marcaron su regreso, esta vez en el predio de Tecnópolis.

Dos propuestas muy disimiles que compartían cierto poder hipnótico dieron antesala al show. Por un lado Junun, el proyecto world music de Johnny Greenwood con una orquesta hindú que sazona su música con condimentos de la India, Israel, Marruecos y El Níger. Por otro Flying Lotus, con un set electrónico espacial lleno de bajos resonantes, sampleos camuflados y visuales subliminales en alta fidelidad.

Tras largos minutos de retraso por ajustes escénicos y una desbordante ansiedad del público, la pieza ambient ‘Tree Fingers’ finalmente introdujo a la banda, que salió uniformada con el escenario a oscuras para abrir con ‘Daydreaming’, tema que, al igual que ‘Pyramid Song’ (que también integró el setlist) se sostiene de un piano melancólico que va aumentando la intensidad hasta alcanzar un clímax, en el que un juego de luces se refracta como estrellas fugaces. En contraste, sigue un bloque más up-tempo y rockero con la rítmica kraut de ‘Ful Stop’, los sintes oscuros de ‘Myxomatosis’ y los beats frenéticos de ‘15 Step’ (a los que Thom Yorke acompaña agitando unas maracas). La banda pasea de un estado a otro, entre la desolación y fragilidad arpegiada de ‘Nude’ o ‘Lucky’, su costado jangle pop guitarrero más nostálgico (‘Let Down’ y ‘My Iron Lung’) y la cadencia repetitiva de bases electrónicas paranoides (‘Everything In Its Right Place’) o acústicas (como ‘The Numbers’ o ‘Desert Island Disk’, que nada tienen por envidiarle al Neil Young más introspectivo de Zuma).

Radiohead no necesita demostrar grandeza despuntando hits como artillería ni utilizar a su frontman demagógicamente para ganar atención, ya parado frente a la gente sin decir nada o riendo a carcajadas extrañas, Yorke despierta respeto automático. Tampoco la banda requiere de escenografía despampanante, todo lo contrario: apela más bien a la austeridad estética, destacando en primer plano las canciones, sean en formato orgánico o en su complejidad experimental. Es por eso que la lista de temas no fue complaciente con quienes esperaban material radial, sino que trazó un recorrido por focos menos comerciales y visitados de su discografía que, por diversos que sean, definen una identidad sonora plasmada en más de dos décadas y consolidada a lo largo de nueve obras.

Si bien los de Oxford basaron principalmente el repertorio en cuatro discos clave como OK Computer (1997), In Rainbows (2007), el más reciente A Moon Shaped Pool (2016) o Kid A (2000), también hubo parates por trabajos más subestimados como su hermano gemelo Amnesiac (2001) (con el western ranchero ‘I Might Be Wrong’) o The King Of Limbs (con el viaje oceánico de ‘Bloom’ y ‘Feral’).

Hasta aquel entonces venía siendo un show climático pero a mitad de ‘The Gloaming’ se cortó la vibra, cuando Yorke y los suyos se vieron obligados a interrumpir la performance durante 15 minutos tras gritos e incidentes por un vallado de contención caído. Inmediatamente, el cantante pidió al público ceder un paso atrás para descomprimir el área y terminó de entonar el tema a capella en afán de calmar los ánimos, mientras la seguridad se disponía a resolver el asunto.

Si bien el sonido fue bastante bueno, aunque no así la transmisión por pantallas (en las que se proyectaba un collage ovalado con imágenes arty de los integrantes tocando en vivo procesados bajo distintos filtros, colores y efectos), hay condiciones relativas a la organización que escaparon a la responsabilidad de la banda y obligan a pensar a futuro si el predio realmente cuenta con el soporte necesario para albergar a una magnitud de 40.000 personas. El campo estaba atestado de gente a presión, packt like sardins in a crushd tin box,  y se formaban largas colas para ingresar al espacio o acceder a los servicios del lugar, lo que tampoco favorecía el ángulo de visión para disfrutar del show.

Como dice el tema con el que abrieron, ‘it’s too late, the damage is done’ (es muy tarde, el daño ya está hecho) y, lamentablemente, estas situaciones enfriaron la dinámica con que venía desarrollándose la noche, que encaró una segunda parte más hitera y efectista pero con otra energía.

Weird Fishes / Arpeggi’ y el rock amplificado de ‘Bodysnatchers’ fueron las últimas escalas por el aclamado In Rainbows antes de pasar a la primera tanda de bises, que arrancó con dos temas de naturaleza acechante: ‘Climbing Up The Walls’ y ‘There There’.  ‘Exit Music (For A Film)’ llevó las cosas a un plano más depresivo y su estructura despojada y fantasmagórica lució la voz inmaculada de Thom, que mantiene su registro de agudos sin fisuras. 

Nuevamente no tardó en aparecer la electrónica esquizoide con ‘Idioteque’ y las disonancias y bases corpulentas de ‘National Anthem’, que, al igual que algunos  temas del último disco, tuvo que ser resuelta en el vivo con otro tipo de arreglos a falta de orquestación o pistas de reemplazo. 

Tras otro falso amague de despedida, Radiohead vuelve a escena para duplicar los bises con los acordes bossanovezcos y agridulces de ‘Present Tense’, que crean un momento de intimidad alterado por  ‘2+2=5’ y la ciclotimia novelada de ‘Paranoid Android’, con la que se da por concluido el show.  La ovación del público fue tal que la banda se asomó por tercera vez para finalizar con un último tema por fuera del listado: la balada acomplejada y sufrida ‘Creep’, el hit en concesión a los fans que no suele ser de su agrado tocar pero que tantas puertas les abrió a lo largo y ancho del mundo.

True love waits...Dicen que el amor verdadero espera…en el caso del público argentino, el reencuentro con Radiohead tardó casi una década en llegar pero el tiempo fue compensado con un show que, habiendo recorrido todas sus facetas, revalidó su evolución musical, en un trayecto alternativo en el que aún continúan andando a paso firme en este present tense.


Txt: María Gudón
Ph: Cortesía de Gallo Blugermann / Rock Pix, Dani Strubia para Sulky En Vivo, Luciano Gertner  y Emmanuel Distilo



    
 Ph: Gallo Blugermann 


    Ph: Gallo Blugermann

    
Ph: Gallo Blugermann

    Foto extraída de Waste Central

    Ph: Gallo Blugermann

    Ph: Gallo Blugermann

   Ph: Emmanuel Distilo



Ph: Emmanuel Distilo


 Ph: Luciano Gertner



Ph: Luciano Gertner

 Ph: Gallo Blugermann

 Ph: Gallo Blugermann


 Ph: Emmanuel Distilo



Ph: Luciano Gertner



Ph: Luciano Gertner

 Ph: Gallo Blugermann

 Ph: Gallo Blugermann


Ph: Emmanuel Distilo

  Ph: Dani Strubia



Ph: Luciano Gertner

 Ph: Luciano Gertner


 Ph: Luciano Gertner


 Ph: Luciano Gertner



                                                                                                      Ph: Luciano Gertner


  Ph: Dani Strubia

  Ph: Dani Strubia


Setlist 

jueves, 12 de abril de 2018

Michael Haneke - Happy End: El discreto desencanto de la burguesía




En una entrevista, en relación a las redes sociales, el cineasta austríaco Michael Haneke mencionó: ‘Internet, hasta cierto punto, tomó y reemplazó el rol de la Iglesia. Antes, si una persona hubiera ido a confesar sus pecados a un sacerdote le habrían dicho que rece diez Padres Nuestros para su salvación. Ahora, convertimos a Internet en un foro abierto en el que esperas ser perdonado, castigado o rechazado por lo que haces. Creo que si un cura hubiese tenido una cinta grabadora, habría terminado con un resultado similar’. Sus palabras vienen a cuenta del último film Happy End, el regreso a la pantalla grande luego de un lustro. A  sus 75 años el director europeo inserta elementos de sus obras anteriores como la psicopatía infantil (Benny’s Video), la decrepitud, el deterioro mental (Amour), el suicidio, la burguesía (El séptimo continente) o los prejuicios raciales (Código desconocido) en el marco de esta era de desarrollo tecnológico meteórico, donde uno elige posicionarse como testigo o protagonista de los hechos documentados, donde lo que se piensa en la realidad se anuncia y actúa en la virtualidad.

Ya desde la primera escena se planta al espectador como voyeurista: a través de un smartphone se espía en una live streaming a una mujer depresiva tomando una sobredosis de píldoras antes de ingresar al hospital en estado vegetativo, mientras en simultáneo se exhibe el envenenamiento de un hámster con las mismas drogas.

Frente a esa situación sociópata, Eve (Fantine Harduin), la hija de 12 años y principal sospechosa de los hechos, se muda a la mansión de su familia paterna en Calais,  donde habita la adinerada élite del clan Laurent, conformado por el patriarca George Laurent (Jean-Louis Trintignant), un magnate que, ya retirado de los negocios de la construcción y con cierto nivel de amnesia y ganas de pasar a una mejor vida, relega la actividad empresarial en sus dos hijos: Anne (Isabelle Huppert), prometida de un bancario inglés (Toby Jones), y Thomas (Mathieu Kassovitz), el prestigioso cirujano padre de la nena y de un bebé de otro matrimonio. Por otro lado, presentado como la vergüenza y ‘oveja negra de la familia’, está Pierre (Franz Rogowski), el hijo frustrado de Anne y nieto de la cabeza fundadora, quien trabaja por nepotismo en la constructora pero, debido a su negligencia, desinterés e inoperancia, comete un accidente que casi se lleva la vida de un empleado, manchando el apellido familiar. Así se presenta el retrato de esta familia de clase alta, que alguna vez fue un bloque monolítico y que hoy está agrietada y al borde del desmoronamiento.

La fragmentación de los vínculos se palpa porque cada uno de los integrantes está absorto en su burbuja lidiando con sus problemas silenciosamente, pese a que exista un colchón familiar de poder y dinero que ataje los obstáculos. Así, se proyectan ante la retina secretos como un affair sexual cibernético, una oferta de coima por asesinato, el resarcimiento económico para los familiares de la víctima perjudicada en la obra  y hasta la retorcida charla íntima del abuelo con su nieta, que revela que en ese núcleo disfuncional su naturaleza introspectiva, silenciosa y desprovista de empatía los acerca más de lo que los separa la edad.

El  grado de aislamiento de la familia en ese microcosmo es tal que, un conflicto visible como el de cientos de refugiados legales e indocumentados en Calais, apenas se nota en las pocas escenas donde los personajes salen al mundo exterior (como en la escena muda en que el anciano George, luego de un intento fallido de suicidio, se detiene frente a un grupo de inmigrantes africanos para pedirles algo, o cuando Anne visita por compasión a la hija de sus empleados marroquíes en la habitación de servicio para consolarla tras haber sido mordida por su mascota mientras trabajaba con sus padres o en la escena  incómoda donde, estando ebrio, Pierre invita a gente de la calle a presenciar el despilfarro y la ostentosidad en la fiesta de cumpleaños de su abuelo octogenario).

Haneke plantea todos estos discursos de forma inconexa y yuxtapuesta. Los dramas familiares conviven a la orden del día con un pastiche de videos de  YouTubers, chats en Facebook y escenas de baile y karaoke donde suenan hits como ‘Chandelier’ de Sia. Al igual que con el anonimato de alguien online,  hay escenas donde el cineasta preserva la identidad de los protagonistas y no los muestra en su contexto total, arrojando pistas (a veces demasiado vagas) que, como piezas de puzzle, terminan boceteando el cuadro en la mente de cada espectador.

Frente a la mayor de las amenazas que puede desestabilizar ese equilibrio de apariencias, la escena final es clave y muestra dos fuerzas que se debaten: la de los hermanos sobre los que recae el peso, que corren por salvar el imperio antes que se hunda en la decadencia, y la de quienes, ante la inercia, se dedican a ver cómo se los lleva la marea y pasa por alto el agua, aunque sepan que cuentan con un salvavidas a mano.  La delgada línea pende de un hilo.


Txt: María Gudón 



               































Otras películas similares para ver:


The Square (2017) – Ruben Östlund
Amour (2012) – Michael Haneke
Benny’s Video (1992) – Michael Haneke
The Lobster (2015) – Yorgos Lanthimos
The Celebration (1998) – Thomas Vinterberg