El escenario de Niceto
Club, iluminado tenuemente en tonos magenta, y el instrumental ‘Deep Blue Day’
de Brian Eno invitaron de primer momento a sumergirse en las profundidades
oceánicas. Bajo esa atmósfera fría, y con un cuarto disco homónimo recién
salido tras más de dos décadas inactivos, es como la banda inglesa Slowdive
debutó en Argentina.
Al igual que varios
grupos que fueron de culto en su momento y que hoy, reunidos, saborean otra
popularidad, el show local de los shoegazers era esperado por oídos
experimentados y nuevos. Aunque tardó su buen tiempo en llegar (dado que lo más
cercano fue una presentación solista y folk de Neil Halstead en Boris
allá por el 2013), vino acompañado de nuevas canciones que se complementan con
el pasado pero le aportan cierta cuota de novedad. La prueba se oyó con la
apertura ‘Slomo’, con una introducción extendida donde las voces de Neil y
Rachel Goswell se van cortejando mientras a su alrededor se construye una base
que pone los cimientos de su arquitectura sónica. Unos cuantos acoples y
reverberaciones más arriba, la banda desempolvó de su primer EP (1990) los
temas ‘Slowdive’ y ‘Avalyn’, un soundscape eterno donde la
calma se pone en jaque atravesada por guitarras rabiosas e infernales. ‘Catch The Breeze’ también formó parte de ese bloque noise llevando
el ruido a un extremo para luego pasar la página con el respiro ambiental y
ensoñador ‘Crazy For You’, sostenido por un arpegio de aires gravitatorios.
En sus tres discos de
estudio, Slowdive siempre desarrolló climas, jugando con los silencios y el
minimalismo (Pygmalion) o con una profusión de efectos (Souvlaki) a partir de
delay, chorus, flanger, multi layering de guitarras procesadas y voces angelicales
como denominador común. Lo que siempre primó en la búsqueda fueron los estados
musicales abstractos por encima de cualquier estructura formal de canción, algo
que en este nuevo trabajo cambió y se pudo apreciar cuando sonaron ‘Star Roving’, ‘No Longer Making Time’ y ‘Sugar For The Pill’, temas más up-tempo donde lo melódico acentuó su
madurez evolutiva.
El momento más cósmico de
la noche llegó con ‘Souvlaki Space Station’, un viaje sideral que aumenta su
fuerza alcanzando un clímax por el choque de instrumentos, que impactan
en los oídos como si se tratara de una colisión planetaria.
‘Alison’ y ‘When The Sun Hits’ aparecen como anthems noventosos y despiertan toda una
paleta de sentimientos tan melancólicos como nostálgicos. Casualmente,en esos temas
se ven intentos tímidos de pogo entre el público que llaman la atención de
Goswell, quien asegura que es la primera vez en la historia que se arma moshpit en sus recitales y que ella
solía hacerlo años atrás, cuando asistía a conciertos junto al bajista Nick
Chaplin.
El cierre perfecto llega
de la mano de ‘Golden Hair’, un tema de Syd Barrett que recita los
versos de James Joyce con particular misticismo al que Slowdive convierte en
vivo en una obra maestra de post-rock. La voz celestial y etérea de Rachel
eleva a otra frecuencia y abre un portal imaginario que culmina en un
big bang musical, con una bola de distorsión amplificada que desborda la
capacidad auditiva y pega de lleno en lo sensorial (sí, desbarrancando a Swans
del ranking).
El encuentro llega a su
fin y no tardan en venir los bises. Pero antes el clima se corta en seco cuando
uno de los stage managers acerca una torta y suena el feliz cumpleaños para
celebrar el natalicio de Rachel. Ya para ese entonces, ‘She Calls’ y ’40 Days’
terminan resultando yapas de una noche completa que, más que un show
convencional de rock, ofreció una experiencia movilizante.