Si con el primer disco homónimo Los Espíritus comenzaban
a sobresalir del under y con Gratitud
se posicionaban bajo un sonido y estética propia, Agua Ardiente, su tercer trabajo, definitivamente oficia como la
obra consagratoria en la que se condensa su identidad musical y un posible
salto al mainstream.
El crecimiento del sexteto de La Paternal fue una
parábola ascendente en este último lustro, con shows cada vez más convocantes y
giras por varios países latinoamericanos, lo que en parte explica ese mestizaje
tan rico y atractivo en su paleta, con géneros como el blues, los mantras
psicodélicos, la instrumentación chamánica y el rock de arrabal. Si el secreto
está en la mezcla, el grupo supo encontrar la receta perfecta para lograr
servir en la mesa en tiempo justo un plato fuerte, caliente y picante.
El concepto de Agua
Ardiente que ilustra la portada es ambivalente y puede referirse tanto a
las aguas termales terapéuticas que ofrece la explotada naturaleza, como al
caldo hirviente que escapa de una olla en ebullición, el mismo aire enviciado
que se respira en la ciudad desamparada en pleno calor de verano, donde
prácticamente no hay reparo del amarillo agobiante.
El disco abre con ‘Huracanes’ a pura base machacante.
Entre pedales de wah-wah y solos de guitarra
espaciales y hendrixianos, Prietto lanza
toda una declaración estoica de principios: ‘Como
mares que quiebran las rocas o huracanes que llevan las olas así de fuerte
somos (…) vamos caminando hasta el sur hasta encontrar lo que olvidamos entre
el oro’. La búsqueda de ese dulce
néctar de recompensa espiritual también aparece en el folk rutero de ‘Jugo’ y
con ello el elemento de la repetición, que reafirma el poder de la simpleza lírica y reitera un clima
circular en donde el valor de la palabra se va a amplificando.
Se enciende la caldera y un sonido más global y
centroamericano se deja escuchar en ‘Perdida en el fuego’, un bolero cantando por Santiago Moraes (que parece punteado por Marc Ribot o Ry
Cooder ) sobre la estigmatización
femenina y la caza de brujas, algo que en estos tiempos de fuerte conciencia
social adquiere otro peso.
El bluegrass rockero
‘La Rueda’ continua subiendo la térmica unos cuantos grados más narrando
la ecuación capitalista de ‘dinero,
sangre y humo’ que mueve al mundo y destruye a la Pachamama. Bajo una
síntesis magistral disparan: ‘La rueda
alimenta a unos pocos para nosotros no hay más que palizas o entretenimientos
para poder aguantar vamos a trabajar y después a comprar y hacer la rueda girar
y girar y girar’.
El disco se sumerge en las profundidades de esa jungla
urbana de miserias pero tiene momentos en donde sale a la superficie a tomar
aire, con canciones más atmosféricas y volátiles que hacen mención a cierta
esperanza luminosa como ‘Esa Luz’, donde se luce el guitarrista Miguel Mactas
poniendo en diálogo a su guitarra con la de Moraes, y ‘Luna Llena’, un western
noctámbulo y oscuro que vaticina ‘si
cambian los colores del cielo, mis ojos también cambian’.
Volviendo a aterrizar en el asfalto, merece un párrafo aparte
el bloque ‘La Mirada’, ‘Mapa Vacío’ y ‘Las armas las carga el diablo’, una
postal fotográfica de la tensión y resignación contenida en estos tiempos. Como
buen observador de lo cotidiano, sin nada que envidiarle a Javier Martínez o a
Luca Prodan, en el primer blues suburbano Prietto habla sobre el pibe que mira
al hombre y le sostiene la mirada en el subte, la mujer que esquiva el acoso en
la parada o la relación de poder entre
patrón-empleado. Temáticas que encuentran un correlato con la obra anterior en
‘Negro chico’ o ‘El Perro Viejo’. La poesía barrial periférica continúa de la
mano de Moraes en ‘Mapa vacío’, la descripción de un horizonte sin líneas
visibles, para cerrar con otro blues
podrido en el que apuntan su lanza filosa hacia el funcionamiento político,
policial y mediático, dejando en evidencia de qué lado de la vereda están: ‘las armas las carga el diablo y las urnas si
está de humor. Si le anda la lapicera le agrega un verso a la Constitución’.
Mediando entre lo naturalista y las calles funestas y terrenales,
se cierra el disco y apaciguan las aguas con ‘El Viento’, una danza
espiritual de rock con bases a lo Billy Bond / Pappo’s Blues donde lo tribal e
indígena emerge de las percusiones de Fernando Barreyro y las baterías de Pipe
Correa.
Si, como dice Bob Dylan, ‘la respuesta está soplando en
el viento’, Los Espíritus la encuentran en los poderes telúricos y ancestrales
de nuestra querida, sabia y subestimada tierra, que susurra: ‘correrá mucha agua, correrá mucha sangre,
soplará mucho el viento, cada una de nuestras voces se apagará, una a una bajo
el silencio de la luna’.
Agua
Ardiente es,
entonces, un resultado directo, consolidado e inmediato a este tiempo que mantiene la llama visceral en toda su
extensión. Una radiografía que expone
desde el nivel micro lo azotada que está América Latina entre el calentamiento
climático, la globalización, la explotación de los recursos y la ilusión de
querer escapar cual roedores de ‘la
rueda’ circular tercermudista. Tal vez sea el agua de cielo la que apague
semejante incendio.
Txt: María Gudón