Las últimas veces que Iggy Pop se presentó en suelo
argentino estuvieron separadas por diez
años de diferencia: 1996 junto a The Ramones y Die Toten Hosen en River, 2006 junto a The Stooges
en el Club Ciudad y este 2016 en Tecnópolis en el marco del Festival BUE, en el
que (aunque fue vetado de los planes) se esperaba que viniera acompañado de la
backing band con la que grabó su recomendado disco Post Pop Depression, una celebrada reinvención de su carrera luego
de varios desaciertos para el que lo acompañaron Josh Homme , Dean Fertita
(QOTSA, The Dead Weather) y el bestial baterista Matt Helders (Arctic Monkeys).
Los años no vienen solos y surge la pregunta obligada:
¿podrá bancársela sobre el escenario a sus 69 con un show a la altura y
semejanza de la furia animal de las presentaciones anteriores?
Sin muchos rodeos, bordeando las 23:15 hs la Iguana sale a
derribar prejuicios para avivar a un público que quiere arder bajo la llama del rock & roll auténtico,
lejos de las poses y tibieza. El riff
metálico de ‘I Wanna Be Your Dog’ despierta a que un mar de cuerpos transpirados
se agite entre saltos y pogo y, el muy
descarado, a menos de dos minutos de show, se baja de escena para romper la
barrera con el público entrando en contacto con los primeros fans detrás del
vallado, esquivando al personal de seguridad (que se ve obligado a trabajar más que de
costumbre) y fotógrafos, a quienes les deja unas cuantas placas al alcance del
disparador.
Pegado a eso y sin respiro, tira al hilo dos clásicos
solistas de 1977 como escupitajos: ‘The Passenger’ y ‘Lust For Life’, el anthem heroinómano resurgido en los años
90 gracias al soundtrack del film de la cool
britannia Trainspotting. Después de
ese enganche demoledor, si arrancó así
¿qué queda para el resto del show? un repaso por paradas menos populares que contentan a los más conocedores: ‘Five Foot One’ del disco New Values (1979)
y ‘Skull Ring’, el hard rock con intro a lo ‘Peter Gunn’ incluido en un álbum homónimo
de colaboraciones de 2003 que pasó sin pena ni gloria en términos comerciales.
Iggy pasea su andar cojo de un lado al otro del escenario
lanzando piñas voladoras esquizoides al aire y repitiendo incasablemente la
palabra ‘fucking’ cuando dialoga, con su pelo lacio y su cuerpo combatido pero magro al descubierto. Verlo en acción es un shot de vitalidad y
energía para los sentidos. Lejos de estar solo, atrás lo secunda una banda que
encuentra afinidad con el sonido potente y distorsionado que requieren sus
temas garageros, con Kevin Armstrong cubriendo el fuzz de los irremplazables guitarristas
Ron Asheton y James Williamson, Ben Ellis en la solidez del bajo, Seamus
Beaghen enloqueciendo en los teclados y Matt Hector aporreando duro a los
parches.
Así, bien al taco y a todo volumen, suenan desde una
torre de amplificadores VOX ‘Sixteen’ y
‘1969’ de los Stooges, la génesis proto-punk de los rebeldes y apáticos en un año que no
ofrecía ‘nada para hacer’ a lo largo y
ancho de USA frente a la escena hippie dominante.
En ‘Real Wild Child’, el héroe salvaje y valiente vuelve
a bajar del stage para establecer nuevamente contacto con la gente, mientras
canta el rock & roll de Johnny O’Keefe al que le puso estampa ochentosa en Blah Blah Blah.
Lo que viene a continuación se puede leer como un
homenaje a Bowie y a las producciones discográficas que compartieron en la
etapa de Berlín. ‘Some Weird Sin’ se apodera del espíritu outsider - vicioso de Lust For Life para entrar luego en un
terreno más industrial, mecánico y frío con tres temas destacados de The Idiot. La voz de Pop descansa sobre un tono barítono
y robótico para ‘Sister Midnight’ mientras que invita a enfilar como zombie hacia
un cabaret nocturno lleno de tentaciones en ‘Nightclubbing’, para la que Iggy queda al
frente del escenario meneándose sobre una silla cual stripper.
La frutilla del postre para cerrar este bloque dark
ambient llega con la pieza kraut ‘Mass Production’, en la que los ruidos
fabriles y grises de la capital automotriz de Detroit se funden en slow-motion con su voz
crooner, logrando un crossover perfecto entre rock y electrónica que ha sido
tan influenciable que hasta los mismos Soda Stereo se atrevieron a samplearlo
para ‘Ameba’ de Dynamo.
Como quien sabe
que tiene la batalla ganada, Iggy se retira del tablado sudado y arrastrando a
paso lento su cuerpo abatido rumbo a la salida, dejando un escenario caliente y
un público que, pese a estar knock out,
exige un último golpe final.
Tras la euforia de la gente, la banda vuelve a salir a
escena con otra sorpresa inesperada del catálogo: ‘Repo Man’, una gema mid-80s
que también incursionó en el mundo cinematográfico. Como si las muestras de
afecto y participación no hayan sido suficientes, Iggy invita a que suba gente
que lo acompañe para no sentirse solo arriba. Lo que empieza como un acto
divertido entre pocos fans en cuero bailando a su alrededor se empieza a
descontrolar y poner tenso cuando se desborda la cantidad de personas y el
cariño se torna bruto. ‘Take it easy. Be
cool. Don’t hurt me!’ grita James Newell Osterberg, mientras la seguridad los invita con cierta
violencia a retirarse.
‘Chau motherfuckers’, les grita Iggy, que aún conserva
pólvora en reserva para ‘Gardenia’, el único repaso por su último álbum, y
cinco clásicos explosivos de los Stooges promulgadores de caos y rebeldía disparados al pie del cañón. ‘Search and Destroy’ y ‘No Fun’ vuelven a enfatizar la poca perspectiva y chatura en la que
vivía inmersa la generación post-Guerra de Vietnam mientras que como
alternativa el resto del setlist propone lo que tenían los jóvenes a mano para
salir del paso: tomar ácido y experimentar una visión alterada del mundo (‘Down On The Street’), inyectar el cuerpo con música como droga (‘Loose’) o hacerle
caso al instinto contracultural propio y vivir al borde de la cornisa con el
éxtasis, la mugre y la furia del rock como religión (‘Raw Power’).
El broche definitivo viene unos cambios más abajo con
‘una que saben todos’, el hit radial
‘Candy’ de Brick By Brick, que suena
correcto pese a la ausencia femenina de Kate Pierson. Nuevamente la banda deja
al maestro solo y, a modo de reverencia y para congelar la imagen, éste vuelve
a saludar de cerca (por tercera vez!) al público y a dedicarle un ‘te amo a ti’.
La Iguana demuestra que tras las vestiduras de una piel
añeja, sigue habitando la misma alma salvaje y de sangre joven que hace casi
cinco décadas hizo vibrar al rock de las formas más impredecibles y espontáneas
y que, aún hoy, conserva el poder de seguir haciéndolo.