La ansiedad y expectativa eran altas: The Rolling Stones
vuelve a Argentina tras su última presentación, hace una década atrás. ¿Qué
representa? El reencuentro del público
local con un rock de cepa inglesa de raíces americanas y bluseras que, vaya a
saber cómo, cruzando el océano atlántico, despertó un fenómeno pasional y una
adhesión inexplicable al punto de sentirlo
y convertirlo en un credo de mística propia. Las razones se agigantan
aún más tras el cumplimiento de sus bodas de oro con la música: el aniversario
los lleva de gira por Francia, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia…solo
faltaba el reencuentro con estas latitudes.
Keith Richards empuña los primeros acordes de ‘Start Me Up’ desde su Telecaster Micawber y ya nada importa: la incesante lluvia de la tarde milagrosamente se
retira y el Estadio Único de La Plata se
viene abajo con una estampida humana de cuerpos que entran en estado de
éxtasis. Todos encendidos como la mecha de Flashpoint.
Mick Jagger sale a marcar terreno: se adueña a paso firme del extenso escenario
recorriendo la pasarela y declarando los principios de la filosofía Stone con
‘It’s Only Rock and Roll (But I Like It)’: es crudo, directo, instintivamente
salvaje y conserva el gusto, al igual
que hace más de cuarenta años atrás cuando fue compuesto.
‘Es la primera vez
que tocamos en La Plata. Tardamos tanto en llegar que pensábamos que íbamos a
Montevideo’ bromeó el frontman al micrófono con sarcasmo, que debutó en
terreno platense tras haber tocado anteriormente en tres oportunidades en
el estadio River Plate de Núñez (1995, 1998 y 2006).
El plato de entrada se completa con ‘Tumbling Dice’ y la
banda baja un cambio con una parada inesperada por Bridges To Babylon, tocando
‘Out Of Control’ antes de volver a la carga e intensidad rockera en
‘Street Fighting Man’, el track a la carta que el público eligió votando a
través de redes sociales.
‘Anybody Seen My Baby’ fue quizás el tema con menos
consistencia en vivo aunque repuntó en ovación cuando Jagger y el corista
Bernard Fowler (quien acompaña al grupo desde 1989) rapearon reemplazando parte de la letra con lugares argentinos. Mick sabe que tiene a la gente metida en el bolsillo pero
no duda en sacar a luz su vínculo con el país durante su estadía: ‘Fuimos a Caminito y practicamos tango. Charlie fue a Costanera y comió
un choripán con chimichurri’. Fuimos al Parque de La Costa’ lanza
oportunamente.
Todo está en su lugar y cada pieza del andamiaje es
distinta y fundamental para que suenen con ese nivel de ajuste y la fórmula sea
100% exitosa. Mick Jagger derrocha magnetismo y carisma en cada mueca
que gesticula, movimiento o baile que dibujan sus imantadas caderas o paso que da. Ron Wood
impone presencia y hace dialogar a su
guitarra con la de Richards, un verdadero emblema personificado de lo que es el
rock. Por su parte, Charlie Watts opta por el bajo perfil y la discreción con una vestimenta normcore a diferencia de sus compañeros. El baterista entiende las
exigencias de la música y mete los arreglos justos y necesarios a pulso cronometrado,
puntuando el ritmo como un reloj suizo.
‘Wild Horses’, balada acústica inoxidable, trae coreada
masiva, varias chicas sujetas en los hombros de sus parejas y un cielo de
estrellas celulares. Pero nuevamente el momento se corta transversalmente con
la oscuridad de ‘Paint It Black’ y ‘Honky Tonk Woman’, dos hits de la golden
era que construyeron escuela de bandas imitadoras.
Es el turno protagónico del celebrado Keef, que entre emoción y risas, se agacha de
cuclillas en el escenario para tratar de comprender y atesorar la imagen de las
55.000 personas gritando su nombre antes de despuntar su set con ‘Can’t Be Seen With You’ y ‘Happy’.
A partir de ahí la química se activa aún más y sucede un momento único de conexión mágica, de esos que no ocurren a menudo y son tan espontáneos que todo fluye solo. Las bases bluseras (aquellas
mismas que tocaban en sus comienzos en
cuevas y antros) son seteadas por ‘Midnight Rambler’, con
Mick desaforado soplando su armónica y arengando a Keith, Ronnie y Charlie a que lo sigan en ese frenesí. Los cuatro se desafían mutuamente hasta acelerar
y llevar la zapada a una métrica netamente rockanrollera, extendiendo el tema unos cuantos minutos más de su duración.
Las vibraciones discotequeras llegan de la mano de ‘Miss You’, con un increíble solo de bajo groovero a través de los dedos mágicos de
Darryl Jones para luego dar paso a ‘Gimme Shelter’, el desencantamiento de una
época marcado por el fin del verano del amor sesentoso a partir de sucesos
bélicos y asesinatos, un panorama no muy lejando al que estaba aconteciendo afuera del predio mientras
varios policías reprimían con balas de goma a aquellos que fueron a hacer
disturbio e intentaron colarse al show. La garra y tensión de Merry Clayton
siguió vigente a través de las contestaciones cómplices que la nueva vocalista
Sasha Allen puso frente a Jagger en su momento de gloria.
La monada Stone enloquece con ‘Brown Sugar’, track de Sticky
Fingers dedicado a la morena debilidad de Mick, Claudia Lennear, la ikette que le movió el suelo con la que
tuvo un affaire.
Cuesta creer que
bordeando los 70 los Stones sigan haciendo su gracia y encontrando disfrute
dentro del bastardeado ámbito del rock actual. Todavía sigue
resultando un campo desafiante y
atrevido del que Jagger advierte ‘no juegues conmigo porque estás jugando con
fuego’. Y esto queda más que claro
cuando admite su ‘Simpatía por el Diablo’, vestido con un pomposo tapado,
bañado en luces rojas y jeroglíficos esotéricos que absorben al público dentro
de su atractivo ritual, un juego que desconcierta.
Después suena ‘Jumpin’ Jack Flash’ y la estocada final
llega con los bises ‘Can’t Always Get What You Want’, para la que participa una
sección coral angelical, y ‘(I Can’t Get No) Satisfaction’, la abulia disconforme de una generación pre-mod abanderada como himno inmortal.
Aunque la fórmula del show este ensayada, hay cosas que
se salen del guión y se manifiestan en las caras de los músicos al despedirse:
el fulgor en la mirada, las sonrisas y esa sensación de haberlo hecho de nuevo
a 10.000 años luz de su hogar y origen.
Esas arrugas enrostradas apilan años de experiencia,
anécdotas, shows, hoteles y aventuras en el camino. Tal como los sedimentos que
se acumulan en las piedras rodantes resultantes de un proceso geológico, es
imposible definir la edad que llevan en esto pero parecen eternos: sometidos a
los cambios pero resistiendo firmes al paso del tiempo y haciendo historia.
Txt: María Gudón
Ph: Martín Bonetto
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The Rolling Stones in
La Plata: Eternal Majesties
The anxiety and
expectations were high: The Rolling Stones were coming to Argentina since their
last show, ten years ago. What does it mean? The reunion of their local fans
with a legendary british rock band whose roots are set on American blues that, who knows how, brought up a passionate phenomenon on this
side of the ocean, to the point of feeling and adopting it as a cult of own mystique.
The reasons are even bigger after their golden anniversary with music, the perfect
excuse for touring in France, America, New Zeland and Australia…they were only
missing an encounter with these latitudes.
Keith Richards strums the first chords of ‘Start Me Up’ on his Micawber guitar and nothing else
matters from that point on: the pouring rain magically fades away and the arena
falls down due to a human stampede of bodies getting into trance on a state of ecstasy.
Everyone’s reaching a flashpoint.
Mick Jagger comes out
to mark territory: he takes control of the extensive stage, wandering the
runway and declaring the Stone’s philosophy principles with ‘It’s Only Rock andRoll (But I Like It)’: it’s raw, direct, instinctively wild and it preserves its
flavor, just like forty years ago, when it was composed.
‘This is the first time we play in La Plata. It took so long to arrive
that we thought we were going to Montevideo’ joked the front man at the mic
with a bit of irony. The Stones debuted in La Plata after having
performed three times previously at Núñez’s River Plate Stadium in 1995, 1998
and 2006.
The main course
completes with ‘Tumbling Dice’ and the band slow things down with an unexpected
stop at Bridges To Babylon’s ‘Out of
Control’ before gaining rock intensity on ‘Street Fighting Man’, the song voted
by the crowd on social media.
‘Anybody Seen My Baby’
was maybe the tune with less live stability, though it bounced back in ovation
when Jagger and choir member Bernard Fowler (who is part of the steady band since 1989) rapped changing the lyric by mentioning Argentinean cities. Mick knew
he had the audience in his pocket but didn’t doubt showing his tie with the
country during his staying. ‘We went to
Caminito and practiced tango. Charlie went to Costanera and ate choripán with
chimichurri. We also went to Parque de La Costa’ mentioned opportunely.
Everything’s in its
right place and every piece of the framework is different and essential to
sound so adjusted, with a 100% successful formula. Mick Jagger squanders
magnetism and charisma in every grimace, dancing move drawn by his body or step
he traces. Ron Wood commands presence and puts his guitar into dialogue with
Richards’, an authentic symbol of what genuine rock represents. On his behalf,
Charlie Watts is more discreet and chooses to go unnoticed with a normcore
look, contrary to his bandmates. The drummer understands the needs of music and
puts the fair and required arrangements with a metronome’s pulse by scoring the
rhythm as a swiss watch.
The exquisite acoustic
ballad ‘Wild Horses’ brings up a massive harmony of voices and a background sky
illuminated by cellphoned-stars. Once again, the atmosphere cuts transversely
off with the dark spirit of ‘Paint It Black’ and ‘Honky Tonk Woman’, two hits
from the golden era which marked a school of imitator's kick-off.
It’s the main turn of
a praised Keef that, between laughter and emotion, kneeled on the scenery
trying to treasure the image of 55.000
people yelling his name before beginning his set with ‘Can’t Be Seen With You’
and ‘Happy’.
From that point 'til the end chemistry raised up and an unique moment of strange magic happened, those kind of things that don't take place oftenly and are so sponteaneous that flow. The bluesy base (same they
played at mythical pubs on the early stages of their career) is
set by ‘Midnight Rambler’, with an out-of-control Mick blowing his harmonica while motivating Keith, Ronnie and
Charlie to follow him on that rush of frenzy. The quartet challenged themselves speeding up the jam to a rock and roll meter, enlarging the extension a couple of minutes.
The disco vibes
arrived in ‘Miss You’ with an incredible
groovy bass solo by Darryl Jone’s magic fingers to lead the way to ‘Gimme Shelter’, the disillusion towards the end of
60’s summer of love with the arrival of war, chaos and violence. Merry
Clayton’s original strength and tension remained through the replies and
complicity the new backup singer Sasha Allen found face to face next to Jagger.
People gets crazy
with Sticky Fingers’ ‘Brown Sugar’, a track
inspired by Claudia Lennear, Mick’s brunette weakness, the ikette that moved his ground whom he had an affair
with.
It’s hard to believe the
Stones grant their grace alive and kicking at their 70s, still finding joy in nowadays
degenerated rock. It keeps being an attractive defiant area where
Jagger still croons comfortably ‘don’t
play with me cause you’re playing with fire’. And the evidence of that can be seen when he
admits his ‘Sympathy for The Devil’ dressed in a pompous coat, bathed by red
lights and esoteric symbolism that absorbed the audience into his gripping ritual and puzzling game.
‘Jumpin’ Jack Flash’
sounded after that and the death blow was given by the double encore: ‘Can’tAlways Get What You Want’ that invited an angelic choral section and ‘(I Can’t GetNo) Satisfaction’ the dissatisfied apathy of a pre-mod generation who
coined the song as an immortal anthem.
Though the performance
seems to be rehearsed by heart, there are some things that get out of the
script and become visible on the musician's faces by the time of leaving
the stage: the glow in their eyes, the smiles and the feeling of having done it again
10.000 light years away from home after all they've lived together.
Those facial wrinkles
pile-up years of experience, anecdotes, shows, hotel rooms and adventures on
the road. Just like the sediments resulting from a geologic process gathered on
the stones, it’s impossible to define the age they keep doing this
but they seem to be eternal: subjected
to changes but standing firm to the passage of time by making history.
Txt: María Gudón
Ph: Martín Bonetto