Poco a poco el escenario se va poblando de telas blancas y flores coloridas que dan el acento y que parecen salidas de un cortejo fúnebre. La música de espera mientras se monta esa mise en scene es atinada: glamour hollywoodense de la mano de Henry Mancini, dramatismo novelesco con Francis Lai o The Fifth Dimension cantándole a la llegada de la era de acuario: un delirio. Aunque el clima demuestre lo contrario, la primavera está a un paso de comenzar y, coincidiendo el show de Faith No More en la misma semana con la visita de los deformes Residents, la vibra californiana veraniega se palpa en el aire. Aunque claro, esta no es la California hippie y somnolienta de la que hablaban los Mama’s and The Papa’s. Acá brilla el ruido y la excentricidad freak. Arriba el ritual de la incredulidad está por comenzar disfrazado con inocencia, como una mentira tan blanca como una hostia. Abajo, un ejército de nihilistas profesantes de la No Fe aguarda por la misa con harapos negros, pantalones camuflados, borcegos y unas cuantas narices perforadas por septums. Un contraste atractivo que se desmoronará ni bien los integrantes del grupo pongan un pie en escena.
La banda sale de blanco, mimetizándose con el paisaje
puritano. Mike Patton, con turbante de jeque árabe, busca al malparido ‘Motherfucker’ entre
el público e invita a que la gente lo siga en su intensidad frenética,
repasando tres temas de Angel Dust: ‘Be Agressive’, ‘Caffeine’ y ‘Everything’s Ruined’, artillerías pesadas en las que
conviven riffs heavy metal tocados por Jon Hudson y bajos funk sólidos que
cobran vida a través de los dedos de Billy Gould con fraseos raperos y teclados
de tintes tétricos por Roddy Bottum.
‘¿Es muy pronto
para una canción suavecita?’ pregunta Patton en un castellano mexicanizado y
con eso, satisfaciendo el gusto de las señoras, da pie a ‘Evidence,’ la balada
radial más seductora sobre adulterio que alguien compuso alguna vez. Siguiendo
con la racha de hits, pegaron ‘Epic’, anthem
noventoso que tantas comparaciones (y pleitos) les trajo con Red Hot Chili
Peppers y Living Colour.
El pogómetro llega a tope en ‘Midlife Crisis’ y mantiene la
estabilidad con ‘Last Cup of Sorrow’ (en la que Patton susurra a través de un
megáfono) y ‘The Gentle Art of Making Enemies’, temas que escupen flema de venganza.
Nuevamente el parate romántico y sosegado tiene otra breve escala en ‘Easy’, el cover de los Commodores al que FNM popularizó en 1991. La bola de espejos sienta el clima y hasta el más rudo deja flotar sus brazos en vaivén, acompañando el ritmo soft.
Mike Patton es como una rocola humana: personifica lo que
pidas escuchar (por algo tiene tantos proyectos paralelos): se calza el traje
crooner y seduce, lanza gritos guturales
y alaridos primitivos cual hombre de las cavernas, saca un MC suburbano y gesticulador.
Pasea su rango vocal cómodamente estirándolo
a todas las inflexiones posibles saliendo ileso, sin quiebres ni puntos débiles.
Su carisma no viene solo, se apoya en una banda afilada y demoledora de ataque
duro, brutal y furioso y resistencia estoica.
Parte de la excusa del show es presentar su nuevo
material entre manos, Sol Invictus,
primer disco de estudio en asomarse tras 17 años de silencio, por eso como
piezas clave suenan ‘Separation Anxiety’, ‘Matador’ (estrenada en el show
anterior de Malvinas en 2011) y ‘Superhero’. Pero se promedia el final con ‘Ashes To Ashes’,
clásico para el que Patton clavó un grito tan fuerte e impactante (hubiera medido 12 en la escala de Richter) que paralizó los oídos de
todo el Luna Park que, ya sin pedir nada más a cambio, dejó como ofrenda una
horda de aplausos.
Cerca de la hora y monedas la ovación exige a los
músicos de vuelta sobre el escenario y éstos entregan dos tandas de bises:
‘Cone of Shame’, ‘Just A Man’ (con
divertido enganche popero al one-hit-wonder de Rick Astley ‘Never Gonna GiveYou Up’) y la bajada de telón definitiva con otro oldie de los primeros días,
‘We Care A Lot’.
Un credo con los años pierde devoción y seguidores si no
aggiorna sus postulados al contexto actual.
El dogma Faith No More, dejó en claro esa noche que los principios se
amoldaron bastante bien al presente y que la fe, por más que sea difícil de encontrar en lo mundano, todavía se renueva para rato.