Un hombre
bronceado y rubio con tuxedo blanco sosteniendo un habano en mano. Un Mercedes
Benz descapotable aparcado en un hangar privado. Sin más información en mano que ésa lo primero que se aprecia es un mundo ochentoso en la delgada línea que
separa lo fino de lo ordinario. Una
especie de Bryan Ferry tostado que hizo abuso de la cama solar y que podría
haber reemplazado a Don Johnson en Miami Vice.
La tipografía
cursiva que acompaña esa imagen también es reminiscente a más iconografía de la
era ostensible, siendo un trazo visto durante el efímero pico de éxito de Steve Winwood o Paul Young.
Querer
escarbar más en el personaje de Lewis Baloue es una tarea, cuanto menos,
difícil. Aún no figura información certera en Wikipedia y solo levantan noticia
de él los portales hipster como Exclaim o Pitchfork, basados en los misteriosos
anuncios del sello Light
in the Attic.
La compañía
lanzó este año hace unos meses atrás L’Amour,
el debut del cantante solista, que supuestamente data de 1983. Lewis fracasó
como potencial estrella y el material fue editado por el sello fantasma R.A.W,
sin llegar a ver la luz del éxito comercial.
Básicamente
los sonidos son etéreos y celestiales, con arreglos de piano atmosféricos,
voces casi imperceptibles y destellos acústicos en guitarra con cuerdas de
nylon que remiten a Arthur Russell, Thirteen Moons, al compositor cinemático
Angelo Badalamenti o al Bruce Springsteen de Nebraska.
¿Cómo se llega a hablar hoy de un hallazgo que pasó inadvertido hace 30
años? Gracias a Jon Murphy y Aaron Levin, dos coleccionistas de rarezas en
vinilo que decidieron sacar a la superficie el tesoro que encontraron en una
feria de discos en Edmonton para compartirlo en la web y comercializarlo con el sello
independiente.
Hay más dudas
que certezas alrededor de Baloue y quizás este halo de incertidumbre despierta
mayor curiosidad e interés que su misma música. Según cuentan, el hombre
(llamado en realidad Randall Wulff), era un bon
vivant que se trasladaba a
todas partes en su auto de alta gama con una top model (los créditos en el
disco indican que podría haber sido Christie Brinkley). Lewis grabó en unos
estudios de Los Angeles y contrató para la fotografía de portada al
documentalista punk Ed Colver. Parece que jamás le pagó ni un centavo por su
trabajo y que, huyendo de las deudas, se dio a la fuga a la ciudad de Alberta
en su Canadá natal, en donde décadas más tarde se encontraron por primera vez
contadas copias de su debut. De ahí en más, al igual que “el hombre que se fue
a comprar cigarrillos y nunca volvió”, reinó el misterio y la intriga. No se sabe
si está vivo o muerto, nadie tiene registros de haberse topado con él.
Amén de esta
cuestionable existencia, el mito fue acrecentándose, adquiriendo seguidores y
cotizándose en alza (hay quienes llegaron a ofertar hasta u$1800 por su LP en
eBay).
Como si el
fenómeno no fuese lo suficientemente extraño de desentramar, ahora el mismo
sello que expandió su debut encontró gracias al DJ Kevin ‘Sipreano’ Howes un
segundo disco de 1985 bautizado Romantic
Times en el mismo ático que
el trabajo anterior. En este hay mayor experimentación y el crooner pop pasea
su torturada y susurrante voz en falsete hacia bases de sintetizadores
lánguidos, sin sonar tan melancólico pero sí creando ante el oído sensaciones
más oníricas, trayendo de vuelta recuerdos a otras voces como las de Chris
Isaak, Daniel Lanois, Dave Jaurequi (Fox Bat Strategy) y Julee Cruise ambos
colaboradores de David Lynch) o propuestas más modernas como Lana Del Rey, How
To Dress Well y Mac DeMarco.
El rock
presentó varios enigmas en estas cinco décadas de historia: desde el
destronamiento del personaje Ziggy Stardust de David Bowie, pasando por la
reclusión del mismo Duque por diez años de silencio (en los que se especularon
todo tipo de cosas: desde retiros hasta enfermedades o la misma muerte), la
desaparición de Richey Edwards de Manic Street Preachers hasta la presentación en
sociedad de Sixto Rodríguez, un personaje anónimo del folk que tuvo furor en
África durante el apartheid del que nunca jamás se supo nada hasta la llegada
del documental Searching For
Sugarman.
Este caso de Lewis bien podría llegar a encasillarse como el rescate emotivo de una perla que jamás brilló o ser una falsa alarma, el mito 2.0 de un grupo de amigos que inventaron un gran circo para promover su música alrededor de un sujeto inexistente.