¿Cuál podría llegar a ser el equivalente musical de la prosa oscura de Edgar Allan Poe o Lord Byron, del
existencialismo nietzscheano o del cine expresionista alemán de
Lang y su heredero Herzog? Difícil es encontrarlo, pero en la figura de Rowland
S. Howard converge un poco de cada uno de estos referentes.
El músico absorbió en
sus jóvenes años dramáticas influencias que naturalmente se plasmaron a lo
largo de su carrera en canciones de heridas abiertas provocadas por profundas
espinas que jamás pudo desenterrar.
Ese fue su sello:
poesía romántica y gótica, una escalofriante voz melancólica que penetra bajo
la piel y los huesos y una forma única y personal de tocar la guitarra, que
alojó su particular estilo en el no-virtuosismo.
Lamentablemente su
legado es reverenciado por unos pocos y desconocido por unos cuantos más, aún
en tiempos donde todo se expande cibernéticamente. Quizás por ese motivo y con
el fin de rendirle un merecido tributo salió en el 2011 el documental Autoluminescent, co-dirigido por Richard
Lowenstein y Lynn-Maree Milburn.
El film preserva
con mucho cuidado las frágiles memorias del cantante y guitarrista, recordado
por su hermético círculo de íntimos y admiradores (Nick Cave, Lydia Lunch, Mick
Harvey, Genevieve McGuckin, Henry Rollins, Thurston Moore, Nick Zinner, Bobby
Gillespie, Kevin Shields, Douglas Hart).
Todos coinciden en que
era un ser con una extraña vibra enigmática guardado al silencio de las
emociones, un romántico empedernido de personalidad enamoradiza, un sensible
introspectivo que tenía mejores migas con la compañía femenina que masculina.
Howard arrancó
como un pretencioso adolescente de la Blank
Generation en la escena
post-punk australiana, tocando en Young Charlatans para luego unirse en
el ‘78 a la formación de The Boys Next Door junto al excéntrico Cave y el
baterista Harvey. Ante el consejo de muchos, la banda emigró hacia Londres
para ‘estar en la cresta de la ola’, desde donde pasó a llamarse The Birthday
Party.
Contrariamente a lo
esperado, no hubo demasiada aceptación de su música ni en la capital inglesa ni
en Nueva York porque la tendencia apuntaba hacia el synth pop y se consideraba
a la propuesta demasiado violenta, visceral, profana y aterradora.
Entonces se trasladaron al oeste de Berlín, en donde finalmente dieron en
el blanco, con un público con el que congeniaron bien al que el cineasta Wim
Wenders describió como ‘personajes marginales vampirezcos salidos de la mezcla
entre Nosferatu y El
Cabinete Del Dr. Caligari’.
Las tensiones se
empiezan a acentuar y las búsquedas sonoras y líricas entre Nick y Rowland se
bifurcan, dando por resultado la separación del grupo en 1983 y el surgimiento
de dos proyectos a partir del desmembramiento: The Bad Seeds (con Blixa Bargeld
de Einstürzende Neubauten) y la reformación de Crime and the City
Solution, que icorpora a Rowland y a Mick Havey a sus filas (se puede ver un
bello retrato de ambas bandas en la película The
Wings of Desire (1987)).
La carrera de Howard
continúa con otros grupos como These Immortal Souls, repetidas
colaboraciones con Nikki Sudden (de Swell Maps) y la reina del no wave neoyorquino Lydia Lunch (en Honeymoon in Red (1987) y Shotgun Wedding (1991)). Pero es en su breve
etapa solista donde se pueden resumir los aportes que trajo a la
música, con dos recomendables obras: el punto más elevado y maduro TeenageSnuff Film (1999) y Pop Crimes (2009).
La película se vale de
imágenes de archivo monocromáticas, entrevistas y lecturas que J.P. Shilo hace del manuscrito inédito Etceteracide de Howard para construir un
retrato oscuro de belleza elegante y triste que, entre niebla, cigarrillos y
anécdotas, ensambla fielmente con la vida del músico. Se narran desde sus días
de experimentación musical, pasando por su período de adicción a la
heroína y el fuerte vínculo con sus ex parejas hasta llegar al momento de su
partida, a los 50 años a causa de un cáncer de hígado.
Se realzan sus virtudes
musicales pero también se proyecta el costado más humano y
vulnerable, sin caer en innecesarios golpes bajos o sensacionalismo a diferencia
de otros documentales.
Su estilo a la hora de
tocar fue distintivo y clave, utilizando acoples propios del noise, reverberación sónica, plug-ins y
distorsiones filosas que parecen violar o hacer entrar en tensión a su
sometido instrumento Fender Jaguar.
La voz acompaña esos arreglos vestida en una gama fría y grave,
siguiendo la huella de viejos maestros como Lee Hazlewood e Iggy Pop. Sin su
legado sería inconcebible la idea de bandas posteriores como Savages, The Jesus
& Mary Chain, Pulp, The Horrors o hasta la incursión de David Lynch en el
mundo musical.
Autoluminescent es una construcción claroscura,
emotiva y respetuosa hacia su persona. La imagen congelada del final
habla por sí misma: detrás de la
triste y lúgubre mirada de príncipe dark de RSH hay un pequeño brillo, un
destello interior de luminosidad y color que unos pocos conocen o vieron y que
queda inmortalizado hasta sus últimos días con este brillante film.