jueves, 16 de mayo de 2013

Rufus Wainwright en el Gran Rex: la voz como instrumento confesional



 Tras una extensa carrera en la que predominan como pilares el pop barroco y clásico con tintes noir  influenciado por grandes maestros como Elton John o Freddie Mercury, el último disco de Rufus Wainwright Out Of The Game (aquella obra ‘más accesible’ de dejos glam-rock que produjo Mark Ronson), llegó en un momento indicado para marcar su debut en el íntimo escenario porteño del Gran Rex.
Cuesta imaginar que al cabo de una hora y media de show el dominio escénico recaiga en una sola persona, sin una backing band que lo respalde y sin otros instrumentos más que un piano, el recambio de guitarras y una privilegiada voz que reclama la atención en primer plano. Pero a lo largo de la noche quedó evidenciado que con esos pocos recursos a favor se puede acceder a un profundo nivel emotivo.
El más europeo de los músicos canadienses paseó al público local por toda su carrera, abriendo la performance y las puertas a su mundo interno con dos temas que reflejan situaciones amorosas de  Want Two (2004): ‘The Art Teacher’ y ‘This Love Affair’.
De su última placa interpretó en la guitarra el pegadizo corte ‘Out Of The Game’ para volver al piano en ‘Jericho’ y  más adelante ejecutar con maestría (a cuatro manos!) ‘Montauk’, dedicada especialmente a su madre (la fallecida cantante Kate McCarrigle), su hija Viva y a su esposo, por ser el lugar en donde ambos contrajeron matrimonio.
El tenso y oscuro álbum Songs  For Lulu (2010) también exigió su repaso con ‘Who Are You New York?’, ‘Martha’ (una pieza muy sentida en honor a su hermana, también cantante) y ‘Zebulón’.
Entre medio de cada tema, para hacer más amena la cosa, Wainwright dialoga con humor sobre el origen de sus canciones o las historias que se entretejen de ellas y uno de los puntos más ovacionados fue cuando contó su relación con el difunto cantante Jeff Buckley, a quien conoció de paso en Nueva York pero, por una cuestión de competencia y egos terminó  manteniendo a distancia, trasladándose y eligiendo como base para iniciar su vida artística a la Costa Oeste. ‘Memphis Skyline’ y el inmortal himno de Leonard Cohen ‘Hallelujah’, fueron  parte del conmovedor homenaje a Buckley, que hasta llegó a brotar lágrimas de algunos presentes.
Cuando el aire de dramatismo y  tensión parecen llegar a un pozo profundo con ‘Going To A Town’ (su punzante crítica a la nación norteamericana), Wainwright sabe con habilidad contrastar situaciones y resurge hacia el camino iluminado. ‘California’ y ‘Cigarettes and Chocolate Milk’ de su disco Poses lo dejan en claro en momentos clave.
Como si a esta altura no faltaran muestras de sofisticación, el concierto, casi una ópera exquisita que muta al music hall, cierra con una interpretación en francés de ‘La complainte de la butte’ (incluida en el soundtrack del film Moulin Rouge) como doble bis, con  el público aplaudiendo de pie.
Aún quedan unos pocos artistas que pueden tocar fibras sensibles exponiendo sus canciones a un grado de desnudez tal que solo la voz sea el único instrumento. Aún de la melancolía, la angustia, la opresión y la tragedia se puede escuchar un eco de belleza.


Txt: María Gudón

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